lunes, 13 de julio de 2015

De domingo

Justo pensaba en Hemingway
cuando tocaste a la puerta.

¿Qué habría hecho él un domingo por la tarde?

Cazar antílopes en África seguido por el sol.
Pilotear un aeroplano, accidentarse en él;
sobrevivir de carne de león, que por cierto,
asesinó con sus manos.

Podría haberse embriagado en  la finca El Vigia.
Beber todo el ron de la Habana;
enamorar a todas las cubanas;
escribir “El Viejo y El Mar” durante la resaca.

Justo pensaba en Hemingway
cuando tocaste a la puerta.

Es por eso que te arranqué el vestido, sin más.


Por: Edwin Casillas.

domingo, 29 de marzo de 2015

Con la brújula volteada: Tijuana. (Prebitácora de viaje 2015)


La Ciudad Bachicha no está muerta, al parecer. Casi un año dormida. Como todos, me sobran los pretextos: escribía en otros espacios ahora muertos (en paz descanse GDL sin nombres); leía vorazmente los clásicos de la literatura ruso (en realidad no); el trabajo apabullaba mis tiempos libres y neuronas (ni tanto); el beisbol me tenía al borde del asiento con la pluma sacándome los mocos (un poco, sí). Lo importante es que a pesar de los pretextos, Ciudad Bachicha vuelve a vivir. Casi un año de silencio absoluto. Silencio dedicado políticamente a los muertos del sexenio y más importante, a mi pereza literaria.
Después de quitarme las pulgas y polvos del olvido, podemos poner manos a la obra: a lo que te traje, chencha.
Ha pasado también casi un año del último viaje Bachicha. El EdwinitoSurTour 2014 (muy al sur). En los meses de sedentarismo me dio por pensar y repensar en algún destino posible para posar los pies. La emoción de lo desconocido de apoderaba de la mente y el ensueño. Usted ya sabe: Cuba antes de que se muera Fidel (por fortuna me sigue dando tiempo); Paraguay, ese lugarcito al centro del sur que me da cosquillas por desconocido; la clásica Nicaragua, para decir que no hay quinta visita mala. No, ninguno de esos destinos terminó por convencer los tenis de Bachicha. Pero surgió algo más interesante en la mentecilla perturbada por la cafeína y la nicotina. Carajo, la sangre llama. Volver a ese rinconcito montañoso donde pasé la mayor parte de mis vacaciones cuando niño-adolescente y ahí nomás. Así es, ya hacía tiempo que en el cerebro sonaba en ecos sordos el nombre de la ciudad más feliz de la tierra (según los Simpson) TIJUANA.
Me interesa volver a lo olvidado. Mejor aún, renovar lo que no se olvida. Volver también a la familia septentrional. Hacer honor al segundo apellido que me cargo ¿Seguirá empedrada la calle que subía a la casa de los abuelos? ¿El árbol que daba a la ventana de la cocina vive? ¿Podré volver a atentar contra la integridad de las pertenencias de los  vecinos con ayuda de un primo? Volver a la infancia y olfatear los recuerdos me suena bien. Descomponer la brújula un ratito para que no se entere de que me hacía falta norte después de tanto sur.

Total, si al copiloto no se le olvida tomarse sus píldoras antidepresivas y la da por besar la rumorosa de la mano de todos los pasajeros, se viene el  EdwinitoTour 2015.

Edwin Casillas Domínguez

viernes, 25 de abril de 2014

Diario XI (A dos mesas de Benedetti)


Último día del viaje. Mañana toca partir temprano al aeropuerto. No podía desperdiciar el tiempo. Resulta que me encuentro  conde Den, una chilanga. Ya mexicaneando  nos vamos a la fundación Benedetti, a dos cuadras del hostal. Allá nos reciben con los brazos abiertos. Nos hablan de cómo nació la Fundación y cómo va trabajando; proyectos a futuro y nos cuentan mucho acerca de Mario, bueno, es que lo conocieron a Mario. Por el momento seguiré llamándolo Benedetti. Por cierto, tendieron lazos para proyectos relacionados con mi trabajo, genial. Después de la cordial despedida el camino sigue. Café Brasilero. En este lugar tomaba su café Benedetti. Me cuentan que Galeano aun lo hace. Lamentablemente no coincidimos. Bueno la bebida como tal, deliciosa. Y el aura del lugar, perfecta. Las paredes y pisos de madera le dan un toque antiguo, bueno y lo es, fundado en 1877. En las paredes las fotos de los parroquianos ilustres te hacen notar de golpe lo que ha sucedido acá. Historia de la literatura total. En una de las fotografías aparece Benedetti viendo por las vidrieras, y sí, ubicado a dos mesas de donde me bebo mi café. De nuevo toca sonreír. A un par de cuadras, por cierto, también visitamos el café Misiones. En ese lugar se conocieron Martín y Laura, en la novela la Tregua, también de Benedetti. La sonrisa nunca termina.
Se une al viaje Luciana, acompañada del mate. Va de nuevo, que bien sabe. Recorremos ciudad vieja, y subimos al centro por Sarandí y Julio. Toca ver el desmayo de una señora en la calle. Toca ver lo de diario, a los vagabundos sorbiendo la bombilla y disfrutar el mate. Se va Luciana y regresamos al barrio viejo. El hambre invade el cuerpo, el cuerpo se desplaza ágil hacia el alimento. A fresear en el mercado del puerto. La última comida en la República Oriental del Uruguay  tenía que ser carne. Me engullo un delicioso vacío, delicioso, delicioso; hasta el eco salivaba. Toca despedir entre prisas para que no pierda su bus a Den. Y caminar un rato, hacer las últimas compras, algunas de ellas muy importantes: mate, bombilla y yerba. Ah claro, alfajores.

Llegaba la hora de despedirse de Montevideo. Con el paso algo cansado cruce Barrio Sur para llegar a la rambla. Entre mordidas al alfajor y bocanadas me despedía de esta ciudad. Los pescadores intentaban, lanzando la carnada sacar algo, yo intentaba disfrutar sin pensar tanto. Sintiendo mucho y de nuevo, sonriendo. Cayó el sol en el río de la plata y fui testigo. No sé si será la última vez que veré eso, de ser así, estuvo perfecto. 

Diario X (Cambiar de planeta)


De nuevo a recorrer el centro y barrio viejo de Montevideo pero ahora con una variable importante: tomando mate. Patrocinado por Luciana; chica uruguaya que se trajo los artefactos adecuados para aventarse tan delicioso rito. Ya hacía algunos años que no bebía mate. Había olvidado tan rico sabor. Es amargo, evidentemente más parecido a un té que al café. No vencerá jamás a mi delicioso cafecito, jamás. Mañana me compraré el mate, la yerba y la bombilla para agregarle un vicio a mi vida. Después de dicho paseo y bebida, por cosa de fidelidades, me tomé un café con su respectivo alfajor en barrio viejo. Mientras la charla se ponía interesante.
Después de despedirme de Luciana tocó recorrer barrio sur un poquito. Se supone que este lugar es medio denso (estilo Montevideo) nada grave para nuestros estándares. Acá se supone que es donde se tocaba el candombe, música tradicional uruguaya, junto al tango y la milonga.
Subí al bus con dirección a Pocitos. Quería caminar aprovechando el día soleado por la rambla. Oler otra vez el mar, el río de la plata. Meditar y recordar. Hace tanto ya que leí la Borra del Café y tanto me ha marcado que recorrí nueve mil kilómetros para cada párrafo aun más. La lectura deja cosas de provecho. Ya conocía Montevideo, sólo que hasta ahora me lo presentan. ¿Dónde está la niña de la higuera? No uso reloj, pero acá siempre me marca las 3 y 10. Me estoy tomando la libertad de revivir y vivir el mundo literario en el mundo real. El que no entienda que se joda, yo sonrío y camino por Pocitos para después subir a la antigua cárcel de Punta Carretas. Ya la había mencionado antes, ahora es un centro comercial. Y por qué carajo entrar a un centro comercial, sencillo, acá ya estrenaron Gran Hotel Budapest de Wes Anderson. Así que tomándome un par de horas de vacaciones (vacacionando del viaje) me meto a la sala y me pierdo en la ficción. Toda la vida es cine, y los sueños cine son, cantaba Aute.

Un cigarrillo y listo para tomar el bus a ciudad vieja. Recorrer por 22 pesos uruguayos, algo así como 12 pesos mexicanos, media ciudad. El transporte es caro pero aparentemente más civilizado que el tapatío. Eso sí, la ciudad será pequeña pero las rutas de los buses toman cada cuadra sin escatimar. Así que distancias no tan largas se prolongan del punto A al B pasando por el A1 al A17mil. Igual es lindo ver lugares desconocidos hace poco. Es bueno cambiar de planeta al menos por unas semanas cada tanto tiempo. Total, llegó a mi barrio haciendo escala en el super para comprarme un paquete de alfajores, que según lo vivido, me duraran un par de horas. Ahora me despido, porque mañana toca despedirse de Montevideo. Mañana quizá me pondré menos introspectivo, quizá más.

miércoles, 23 de abril de 2014

Diario IX (amanecer en el atlántico atardecer en el río de la plata)


Bus urbano a la terminal de tres cruces. Amanece Montevideo. Cambiamos pesos uruguayos por kilómetros y listo. De vuelta a las carreteras. Y del lado oriental del país uno renueva su tesis de que el campo acá es precioso. Las casitas; el verde intenso del campo como tal y de los bosques; los ríos que se integran al mar en un azul profundo.  Así seguimos hasta llegar a Punta del Este.
Playa, de hecho, la ciudad de playa más exclusiva de América del sur, al menos una de las más. La arena es limpia sí, el mar lindo aunque un poco brusco. Pero el aire frío de la mañana alcanza a joder un poquito. Lo curioso es ver a algunas personas (es otoño y no hay mucha gente por acá) tomando el sol de forma casi religiosa. Dicen que existe un agujero en la capa de ozono por estos lares, quizá por eso he visto algunas personas naranjas. Pero es genial, de espalda al mar la gente se tiende al sol. Y con este sol siempre crepuscular, pues no tienen que moverse mucho; eso sí, el sol jamás estará justo encima de ti, cosas del sur.  
El pueblo-ciudad está colmado de boutiques caras, edificios con rentas o venta de apartamentos caros, y todo así. Pero eso sí, todo pulcro. Y la cualidad gris de Montevideo se queda lejos. Acá todo está vivito, al menos hasta que llegue el invierno y esto se convierta en una sucursal oriental del polo sur.
Tomamos un bus hasta Maldonado, una ciudad (en proporciones uruguayas) que se aleja un poco de la movida turística. Linda y limpia. Un centro histórico que se puede ver en 15 minutos. Así que toca hacer escala para el café y un alfajor (los extrañaré). La cosa se resume a una iglesia muy linda, una placita de armas y un museo-conservatoriomusical. Igual en Maldonado, Punta y aledaños, todo uruguayo carga su mate.

Otra costumbre no tan común como la del mate, pero sí evidente, es la del porro. Pues no sé si la ley que legalizaba el consumo de mota y hacía del estado el dealer oficial ya está en uso pero es muy común ver a chicos, chicas fumándose un porro en cualquier lugar. No pasa nada. Igual lo dicen los detractores de la ley en México no sucede. No hay anarquía y asaltos en cada esquina. Sólo hay chicos con su mate, charlando mientras se fuman un porro. La ley le da gusto a quien le guste. Nada del otro mundo.

Diario VIII (Mate sin jaque o quizá sí)


El plan es seguir caminando por Montevideo. Los lunes suelen ser una joda, esto no lo es. Subimos por la calle Paraguay hasta la 19 de julio, de ahí a plaza independencia. El Palacio Salvo dice hola, yo sonrío. El edificio de la presidencia acá no da asco; no hay Peña Nieto, hay Pepe Mujica. Así que es uno de esos extraños lunes que son simpáticos.
Tomamos el bus en plaza independencia, hay imágenes de personas con su mate en mano. Así es este lugar. Resulta que Montevideo sí tiene habitantes. La pascua se les fue de la cabeza y ya se les ve caminando por estas calles entre grises y melancólicas, más lo uno que lo otro y viceversa. Toca ver sitios no tan céntricos, aunque no tan lejanos. Tomemos en cuenta que la ciudad es relativamente pequeña; dos millones de montevideanos andan por las aceras.
Uno viene a enterarse de que esta es la ciudad con más áreas verdes por habitante de la Américalampiña. Se nota, hay jardines por todos lados, y las calles están pobladas de esos verdes seres que el priismo tapatío ama tirar (no sea que crezcan y se conviertan en libros, creen ellos).  Toca caminar por Pocitos, barrio y playa, muy común en los pasajes de Benedetti. Qué vistas más espectaculares, carajo. Está también en el sur-oriente de la ciudad la zona de Punta Carretas. Acá estaba la cárcel, ahora convertida en centro comercial. De acá se escaparon los anarquistas en la novela la Borra del Café, y también en la vida real, en los años 30´s. y también se dio la fuga de los tupamaros. Pues total, como todos se escapaban ahora es un lindo y pulcro centro comercial. Tocará ver alguna peli acá, si hay tiempo.
Los montevideanos de estos lares disfrutan su playita en el río de la plata. Fría como ella sola. Y de nuevo, la costumbre uruguaya del mate es increíble. Gran cantidad de personas andan por la vida con su mate y su termo, algunos otros con un bonito morral hecho en piel donde se cargan todas las herramientas para cebar la yerba. En argentina jamás vi a tanta gente haciendo esto, me parece que los uruguayos son los verdaderos amantes del mate.  Gente en los parques, en la playa, en los bancos, calles bebiendo mate. Incluso he visto a varios vagabundos, arropados con cartón sorbiendo por su bombilla (pajilla metálica) un buen mate.
Otra cosa que me impresiona de Montevideo es que a las 7 de la tarde (hace un aire frío que te congela todo, todo, todo) pero más allá, la ciudad muere. A esa hora casi todos los comercios están cerrados. Igual toca tomarse un cafecito porque mañana es el día de Punta del Este. Mientras tanto, desde la fría, gris y melancólica Montevideo digo, bye.

P.D. Vi los restos del Graf, que menciona Benedetti en la Borra del Café. Están en Pocitos.


domingo, 20 de abril de 2014

Diario VII (Ciudad Benedetti)


Salimos temprano desde el perfecto Colonia a Montevideo. Pero antes, la noche fue aderezada por los ronquidos inmensos del vecino de habitación, que seguramente se escuchaban por todo el hostal (no es broma). Cosa divertida al fin.
Entre Colonia y Montevideo hay 3 horas de viaje y son 3 horas de hermosos paisajes. El campo uruguayo resulta ser una lindura y siempre a la derecha, el río de la plata. Llegamos a la terminal 3 cruces de autobuses. La primera impresión de Montevideo es de algo de descuido. Por ser domingo de pascua esto es un desierto. No hay nadie en las calles, cosa buena para las fotos. Pero es una primera imagen un poco desoladora para el viajero.
A Montevideo yo ya la conocía, al menos la imaginaba continuamente. Resulta que crecí leyendo a Mario Benedetti. Y pues sí, esto es cosa de comparar lo imaginado con lo que ahora me rodea. Pero acá están las calles de las novelas que me fueron dando alas: La borra del café, Primavera con esquina rota, la tregua y varías más. Y aquí están rodeándome las calles de los libros y yo pasando entre ficción y no sé qué carajos. Como dato técnico, me hospedo a un par de cuadras de la Fundación Benedetti. Así fue que con grácil alegría y hambre, me tocó caminar por el centro de Montevideo. Y por fin pude ver la plaza de la independencia y el Palacio Salvo; caminar la peatonal Sarandí para casi llegando al río, desviarme a la derecha y tener al frente el imponente edificio de la armada uruguaya; así como el mercado del puerto.
Pues la comida como diario, deliciosa. Toco ahora sacar de la parrilla una morcilla y un riñon, simplemente perfectos, eso sí, hoy cambiamos la chela por el vino tinto uruguayo; buena combinación. El mercado, al contrario de toda la ciudad, estaba lleno de vida. Restaurantes fresones lo colman, y estos son colmados, como ya se hace costumbre, por un chingo de brasileiros frenéticos. Después, buscar café en la desolada Montevideo con el estómago lleno fue cansado e infructuoso.  Pero al caminar esto, te das cuenta de que la pobreza latinoamericana está presente acá como en cualquier otra capital de la región. También, en la caminata nos toca ser ángeles guardines según María de los Ángeles, una señora que repitió mil veces las mismas historias en tres cuadras. Que si por favor la acompañábamos a caminar una cuadra porque había unos hombres raros (par de tipos charlando y cantando en una esquina, nada peligroso). Que la señora no sé qué no le ha pagado tres cuotas que le debe. Y que tiene problemas en los pulmones porque su esposo (fallecido hace 3 años) fumaba de la mañana a la noche sin parar. Cada frase se repitió al menos 9 veces. Cosas raras de los viajes.

Curiosidades como que al salir de un super, después de comprar alfajores, me tocó ver que un tipo al parecer se había embolsado algo y fue perseguido por el guardia de la tienda. No me enteré como terminó la persecución. En general, Montevideo luce entre melancólico y no sé. Mañana tocará verlo ya con vida en las calles. Mientras tanto, me bebo una birra por Benedetti.