domingo, 29 de abril de 2012

Ni dignidad, ni respeto.


Ni dignidad ni respeto;
ni perdón ni olvido.
Sólo ceniceros vacíos,
cuerpos mirando
al infinito.

En el sur no existe eso,
la dignidad se ha ido.
Las palabras son hola y,
adiós. Eco silencioso.

Un brindis por tu huida.
Una lagrima perdida,
indiferente,
buscando la salida.

Ni perdón ni olvido;
ni perfume ajeno
ni aliento propio:
me escondo decidido.

Ni orgullo ni buen juicio;
ni ser de nuevo el peor
de tus vicios: ni tú ni yo.


Edwin Casillas
Poema publicado en el número de Abril de www.manifiestonegro.net

sábado, 14 de abril de 2012

Lisboa y ya (Diario IX)


Bienvenido a Portugal. Frio, como ya es común, pero cosas buenas me deparaba Lisboa. De inicio el hostal está treinta metros del Monasterio dos Jerónimos, uno de los edificios más lindos de la ciudad. A unos doscientos metros está el río Tajo, que le parte su madre en caudal al Sena y al Guadalquivir como por un chingo. Eso sí, primero un descanso de luna noche en bus desde Sevilla. Por la tarde toca recorrer los barrios clásicos de Lisboa: El Chiado, El Carmen y Barrio Alto. Calles que recorren las colinas donde se asentó la ciudad. Mucho subir, poco bajar. Calles donde a cada pocos metros te encuentras con el clásico tranvía lisboeta. Calles estrechas, limpias y que develan a cada paso una ciudad europea sin maquillaje. Acá no es como Madrid o París, las grandes capitales limpias y frías; acá el lujo no lo es todo, la perfección se da en los defectos. Lisboa es hermosa y perfecta por real, por desnuda. Las casas no parecen haber sido pintadas la noche anterior. Detrás de cada colina te esperan imágenes de postal.
Y a una buena ciudad seguro la habitan personas mejores. No son fríos como los parisinos o madrileños; no son enfadosos y gritones como los andaluces. Los lisboetas tienen una extraña mezcla de nostalgia y alegría. La gente se toma la vida con calma. En todo transporte que utilicé era común ver como de repente los lisboetas se intercambiaban palabras y sonrisas a partir de un Bom dia. Ese tipo de reacción ni en mi querido Guadatown se da con tanta facilidad. Por calidad humana, esto es lo mejor que conocí en Europa. Por cierto, acá se toma más vino que cerveza ¿tiene algo que ver?
Sobre el río cruzan un par de puentes que comunican a Lisboa con el resto del país, tomemos en cuenta que estamos a pocos kilómetros de la unión del Tajo con el océano atlántico, según entendí el río en esta parte tiene algo así como 13 km de ancho. Y ves el puente 25 de abril, al estilo del Golden Gate de San Francisco (de hecho construido por la misma empresa) y te evoca a un pasado con buen gusto y solvencia. Ahora que si lo qué quieren es modernidad está el puente Vasco Da Gama 16 kilometros, 13 sobre el río. Viendo esto recuerdo al Matute Remus y veo lo que es hacer tonterías con el dinero público.
Nos regresamos a las calles de Lisboa, todo es perfecto. En las estanterías están los símbolos de la ciudad, y no es una playera hecha en china que dice I Love París de 12 euros; los símbolos son los azulejos pintados a mano (de ellos se cubren muchas fachadas de la ciudad e interiores de comercios) hasta la artesanía tiene su lado  práctico. Reitero, esto es una ciudad palpable, real. También abundan los gallos hechos en cerámica, que según una leyenda local indican buena suerte. Y tomar los elevadores de la ciudad es un gozo histórico: viejos coches de tranvía que ayudan a no joderse tanto con los desniveles de la ciudad. Y qué decir de tomarse un expreso en una cafetería con un buen Pastei de Belem (postre típico de la ciudad). Café que aparte de ser más barato que en las otras ciudades europeas, sabe mejor por sentirte a gusto con la gente que te lo sirve. Todo te desean bom dia, boa tarde, boa noite, y se los creo.
También tocó salida a Sintra, un pequeño pueblito no muy lejano de Lisboa. Casi un día entero allá, y es que de resultas, Sintra tiene castillos y buenas vistas cada metro cuadrado. Palacio Nacional de Sintra, Castello dos Moros etc. Y desde lo alto del palacio una vista del océano atlántico de puta madre. El palacio fue en su momento el castillo real, pero como Portugal desde 1910 es república, pues los reyes  se fueron mucho al carajo y ahora es monumento nacional. Un viaje de 30 minutos en tren desde este paraíso frío, ventoso y perfecto es lo necesario para volver a Lisboa. Que fácil enamorarse de esta ciudad. I hate París.
También es la onda dar un paseo junto al río Tajo, mucha fuerza, mucha melancolía. La ciudad, la gente, el río. Todo acá me capturó. Y como anécdota de fin de viaje, en mi tercer día en Lisboa, caminando por la calle peatonal más importante del centro de la ciudad y aun con luz de día se me acercaron unos marroquís a venderme hachís, coca o marihuana, pero con la insistencia de niño pobre del centro de Guadalajara.  Creo que la guerra de Calderón les importa un carajo a todos los que no son él. Pues así fueron mis días en Portugal, lo mejor al final. Toca volar mañana a París, pasado mañana a Londres, D.F. y Gdl. Así que no creo hacer un diario más de este viaje (a menos que las circunstancias lo ameriten) así que por si las dudas, me despido. Boa noite.

Edwin Casillas


Adiós España (Diario VIII)


Mi último día en España y el clima me dio buena cara. Un calorcito simpático me acompañó por las calles de Sevilla. A la luz de un sol brillante me hice el tour por un sitio emblemático para los que nos gusta la Fiesta Brava: La Plaza de la Maestranza, en Sevilla. Tanta historia detrás del arte de matar. Es curioso, pero los anti-taurinos sólo alegan que debe detenerse el dolor del toro, nunca hay argumentos culturales. Eso ya da mucho pie a hablar de ellos, entonces sólo quieren detener el sufrimiento del animal, y no su sufrimiento sino lo que se refleja en ellos mismos: el sufrimiento propio. Por tanto ¿no sería más sencillo para detener tanto dolor simplemente dormir a los anti-taurinos como a perro del antirrábico? Bueno la plaza es la onda, cientos de años de historia cimentados en ella. Se encuentra a unos metros del río Guadalquivir, y es por las orillas del río donde continúo mi camino a los sitios representativos de la ciudad. Una catedral adornada hasta los dientes, muestras de que los árabes estuvieron acá cientos de años dominando a los gachupines, eso reflejado en la arquitectura.
La gente es más relajada que en Madrid y es más un pueblito soleado a las orillas del Guadalquivir que una ciudad importante de España. Así parece Sevilla. Igual es hora de despedirse de España en general, adiós a los bares de tapas, las cañitas, el buen gusto de beber un poquitín a cada rato, comida de gran sabor. Adiós a la P. Madre Patria, con su andar tan europeo. Pues a seguir el viaje, sigue Portugal. Entre tanto, adiós a España.

Edwin Casillas Domínguez


martes, 10 de abril de 2012

Más cerca de lo debido (bebido) a Guadatown (Diario VII)


Instalado aun en la monárquica España. A estos jóvenes dios les dejo a una familia para mantener, nosotros en cambio podemos mantener nuevas familias cada seis años, que lindo. Pues ahora en Sevilla, la España sureña.  El clima un tanto más cálido, acá el sol se toma más en serio su trabajo. La arquitectura de la ciudad tiene mucho de lo que dejaron los árabes; porque los que si tomaron en serio las clases de historia recordaran que los hijos de Alá le tundieron duro a los gachupines un montón de tiempo. Y un día llegó el cid campeador y bla bla. Los cuentos de hadas existen en todos lados. Total, la ciudad es cálida a fuerza de solecito y que tiene un mayor parecido a lo latinoamericano, y no es propiamente buena cosa; las calles más sucias que Madrid. Tiene un look menos turístico que mis destinos anteriores, pero eso sí, tiene buena cara. Parece que la vida es más relajada, tranquilita y dada al disfrute de los placeres que da esta tierra.
Algo que merece todas las palabras del planeta para su descripción son las sombrererías. 105 euros en sombreros me lo demostraron. Pero bueno, merecía un par de sombreros nuevos, por cierto, ninguno español. Otra cosa importante de apreciar es que, a orillas del río Guadalquivir se puede ver a la juventud española poniéndose idiota con chela. Espectáculo público digno de los peores barrios de mi ciudad. Así es como las orillas del tranquilo río se llenan de bolsas y botellas. La España primermundista tiene mucho ligue con nosotros, en lo malo. Igual la civilidad en otros aspectos es digna de aplaudirse. Es agradable que al cruzar una calle el coche siempre se detenga ante el peatón. Y como siempre, lo mejor de acá es la comida. Carajo que bien se come, y no tan caro. Un país donde hasta en Mcdonalds puedes tomar chela, es un buen país. Eso sí, se toma la chela o el vino por el gusto de darse un relax en el día, de disfrutar un momento, no de terminar vomitando sangre en las aceras. Cosas que deberemos implementar en GDL.  Bueno, hoy tengo atarantada la pluma, pero ya en el próximo diario sevillano hablaré de lo taurino de la ciudad. Mientras tanto cabe aclarar que este diario vale por dos días. Buenas noches y, salud.

Edwin Casillas


lunes, 9 de abril de 2012

La Iglesia del Jamón y ceniceros humanos (Diario VI)

Último día en Madrid y vaya, encontré lo mejor que puede ofrecer esta ciudad: El museo del Jamón (ya les había hablado un poco de eso). Total un barecito donde bebes en la barra de pie. El espacio personal se reduce al mínimo, o sea lo que tu cuerpo abarca en este universo.  Hasta el momento no suena lindo, pero ya que te sirven la primer cañita con su respectiva tapa, la vida mejora. Y te pides un bocadillo de buen jamón español y demás carnes frías y todo es perfecto. Así me dio por desayunar, almorzar, pre-cenar y cenar en la ahora llamada Iglesia del Jamón.  Aparte el ambiente es agradable, eso de tomarse un rato por la tarde para tomarse una cervecita es chido. Ves jóvenes y ancianos, departiendo a centímetros. La gente levantando la voz, carcajeando, comiendo y bebiendo más. A eso de las 2 de la tarde ya tenía cuatro cañas y tres bocatas de jamón encima. Ya ni que decir a las 9 de la noche. La verdad de lo mejor de Madrid.

Bueno entre tragos también hubo tiempo para ir al Museo Reina Sofía. Arte moderno, creo que Hugo disfrutaría este lugar más que yo. Pero es chido ver los inicios de Dalí o Picasso. Por fortuna también hay obra de Goya, que a ese güey sí le entiendo. La cosa chistosa es que cierran a las 2:30 de la tarde. Horarios extraños, cultura de medio tiempo. Después otro ratito en el parque de Retiro; por cierto con sol. Mi último día madrileño tuvo la gracia de ser soleado, igual no calienta demasiado pero algo es algo. Un paseíto por el Palacio de Cristal y un último recorrido por las calles de Madrid, haciendo escala en la Iglesia del Jamón. Toca tomar el bus a Sevilla. En la estación sur autobuses de Madrid salgo a fumar un cigarrillo. Se me acerca un tipo con español básico pidiéndome uno, no tengo, los deje en la maleta dentro de la estación. Pone cara de triste y después, acto terrible, empieza a recoger las bachichas del suelo.  Se me mueve el corazón, voy a la maleta y le regalo una caja de Lucky Strike. Pocas veces he visto sonrisas más sinceras, cabrón hasta me aventó un beso volado, espero sean costumbres de Rumanía y no puterías. Esta gente viene a ganarse la vida y termina de cenicero, triste como en todos lados. Europa no da buena cara al ver como los locales tratan a los inmigrantes. Bueno a darle, otra noche en bus para despertar en Sevilla.

Edwin Casillas

¿Quién tiene la kriptonita? (Diario V)



Ya saben, llegué a Madrid. Bueno, que llegué demasiado temprano según el anciano hostalero (de Europa del este). Total que no había habitación disponible ni lugar dentro de los sofás del hostal (hasta las 12 del mediodía siendo apenas las 7). A darle desde temprano. Primero un buen chocolate madrileño (no tan bueno como el oaxaqueño), espeso y calientito, cosa buena para la puta temperatura de la ciudad. Después, a comprar una bufanda a precios inigualables, varios euros. Ahora sí, con cierta preparación contra el clima madrileño, a caminar la ciudad. Hay algo, y no sé qué es, que me parece más ordenado que en París. Monumentos históricos: el palacio real, la catedral de la Almudena, la plaza mayor. Ya para cuando podía hacer uso de la habitación las piernas y espalda urgían por descanso. A dormir un par de horas; esto de viajar sin mezcal de por medio hace la vida más difícil. Pero cuando todo era sombrío y triste apareció ante mis ojos El Museo del Jamón, bar de tapas, donde por un euro te tomas una cañita con unas lonjas de chorizo gachupín y por otro te sirven una bocata (lonchecito) de jamón serrano, ibérico, chorizo etc. La onda en realidad. Tocó ir por la tarde al Jardín del Buen Retiro, donde los reyes, sus gachupinas majestades pasaban temporadas de descanso por aquello de que no se fueran a morir del esfuerzo de controlar el imperio, ya ven que los del otro lado del charco somos muy desmadrosos. Ya vaya que el jardín este me gustó más que las Tullerías de París. Más verde, igual de nublado y frío. 
Después de tanto darle cultura a los zapatos con la caminata, seguía darle cultura al cerebro en el Museo del Prado; mucho más pequeño que Louvre, mucha gente pero no tanta. Gente que parecía menos turista que en París, ya sabes, aquí si te podías detener a apreciar las pinturas y esculturas. Aparte me sentí más emocionado acá, será que la literatura me acercó más a los artistas del Prado que a los de Louvre. Total, cuando observé el Jardín de las Delicias de “El Bosco” me quedé en santo shock, carajo, esto es arte. Así me pasó con las obras de Goya y Velázquez, principalmente con el segundo, es que ver la Maja Desnuda en vivo te da la posibilidad de simplemente, sonreír.  Ah claro, me que me acordé de los buenos amigos al ver “Los Borrachos” de Velázquez, seguro en estos momentos están pagando una cruda o en medio de una convivencia puramente alcohólica. Un abrazo a los ebrios tapatíos.
Después de la cultura se viene un reencuentro latinoamericano: me encuentro con Paola Andrea, la colombiana que me dio hogar en Bogotá. Total hora de intercambios culturales y gastronómicos, yo le doy una bolsa de miguelitos y a cambio recibo un kilogramo de café colombiano, a huevo. La noche va de charla en charla, acompañados de Karla Huerta y Álvaro (consorte de Paola) vamos de los recuerdos a las novedades y hablando de futuro casi hasta la lectura de mano. El tercer bar en el barrio La Latina, resulto ser un garito literalmente underground, bajamos al sótano de un bar normalito para terminar en una puerta oscura donde te pedían santo y seña; el mesero pregunta “¿quién tiene la kriptonita?” a los que tenemos que contestar “La piel se le irrita”. Lindo lugar en tan buenas compañías, me sentía como si en la superficie estuvieran bombardeando los cazas alemanes o algo así. Después de un whisky de 200 pesos es hora de volver al hotel, orinar las calles de Madrid para celebrar la peda europea. Un abrazo a Paola y Álvaro. Madrid tiene buena cara.

Edwin Casillas

sábado, 7 de abril de 2012

Café de cuarto mundo, paisajes de primero (Diario IV)


Otro día despertando en París, el frío igualito, jodón. Esta tarde me voy para Madrid, que como ya saben por azares de los pinches huelguistas franceses, ya conocí. Pero antes de irme de París hay que caminar un ratito por las orillas del río Sena, disfrutar la sombra de la Eiffel, pedirme un café de 1.80 euros (35 pesos más o menos) y darme cuenta que ese café estaba tan “rico” como el de los Oxxo. Ni modo, pero me doy cuenta por las tazas que me han tocado que el café comuncito de estos sujetos europeoides es, horrible. Vaya pero igual es lindo beber un café malo bajo la torre Eiffel, ah, y acompañado de un cigarrillo español: Ducados. Momento de dirigirse a la estación de eurobus, carajo, me sentí como en la central norte del D.F. pero en chiquito. Nada que envidiarles en cuanto a transporte vía bus en distancias largas (dentro de las ciudades, sí y mucho) pero eso sí, cualquier Primera Plus les parte su gabacha madre. En el bus no queda sino admirar la campiña francesa; todo como de película: campos verdísimos, con flores, casas de piedra donde te imaginas gente comiendo con buen queso, pan y vino. Así es el campo francés.
Ahora que me despido (por un rato) de Francia me doy cuenta de la frialdad con que viven. Sí tienen una ciudad ordenada, transporte público de gran nivel, el coche no es el rey de las calles. Pero al andar por el metro ves que los que sonríen suelen ser los de otras etnias, somos los turistas o los trabajadores que dejaron sus países para ganarse la vida en euros (y esos tampoco sonríen demasiado), ya había escuchado de gachupines que los franceses nomas no. Y pues sí, no esperaba gente cálida y eso recibí. Eso sí, hay educación y civilidad a todas luces. Ya tocará conocer a los españoles mañana.
Más allá de ver los campos franceses, también hay cosas interesante dentro del bus. Delante de mí, una pareja de algún país árabe viaja acompañados de su hijo, de no más de 2 años de edad. El hombre habla con otro sujeto, aparentemente el mismo idioma. Es curioso ver como hace de lado a su mujer, nunca responde a nada que ella le diga, nunca la mira de frente, no intercambian palabra alguna al parecer (será que se comunican con ondas cerebrales o cantos de ballenas). Después de varias paradas para estirar las piernas (con este frío casi es estirar la pata) y fumar, hacemos parada en la frontera franco-española. Los oficiales suben, muy educadamente nos piden pasaporte y etc. Lo de siempre en las fronteras. Y changa la osa que el mentado árabe no trae bien los documentos, chaaaaaan chaaaaaaaaan. Lo bajan del bus, su mujer en algo así como histeria o amor hace un drama para bajar con él o que no lo bajen, de ser posible. Ni madres, madre e hijo siguen el viaje, el hombrecito no. Dicen los oficiales franceses “mañana lo enviamos a España” ¿será? Lástima que no me supe el final de la novela, me tocará inventarle uno en algún cuento. Ya sin piernas y otras partes, arribo a la central de autobuses de Madrid. 7 de la mañana. El día empieza temprano y ¿qué creen? Con el mismo pinche frío de París.

Edwin Casillas


viernes, 6 de abril de 2012

Entre la Gioconda y el orinador público (Diario III)


El frío arrecía en París, se siente como cala los huesos y otras partes que riman con tal palabra. Desayuno consistente en nada o casi nada, nicotina nomás. De nuevo al metro y es día de panteones e iglesias. De inicio a buscar la tumba de mi poeta favorito: César Vallejo, en el cementerio de Pére-Lachaise. Noticias chistosas, Vallejo no está enterrado aquí, tun tun. Igual me paseo para visitar a otros muertitos famosos: Jim Morrison, Oscar Wilde, Edith Piaf, y puros de esos. El lugar toma un tinte simpático entre la niebla y el pavoroso frío. Tumbas serias, entre árboles de película de horror. Senderos con muertos menos famosos, de todo lugar posible; mucho pinche chino, uno que otro judío y demás rarezas del mundo mundial. Entre los nombres desconocidos me encontré con la tumba de Mister Filberto, a quién hoy rindo honores. (no sé quién fue ese cabrón, en serio).  Otro paseo en metro, cruzando media ciudad y, ahora sí, el cementerio de Montparnasse. Resulta que ahí se encuentran muertos más de mis simpatías. Me refiero a sujetos como: Baudelaire (poeta maldito por excelencia, crecí leyendo a ese cabrón);  Jean Paul Sartre y sus nauseas; Julio Cortázar, argentino genial; el gran jefe y villano por excelencia (muy forzado) Don Porfirio, Sí, Porfirio Díaz, que fue a terminar su vida tan lejos de su amado y jodido México.  También el único filósofo que me hace reír: Emil Michel Cioran. Para el final quedó lo mejor, un encuentro con la tumba del poeta que más me marcó la literatura propia, y la vida: César Vallejo. Tenía que leer un poema a su lado, tenía que fumarme un cigarro acompañado por Vallejo. Digamos que fue el punto más espiritual de mi viaje. Hasta me olvidé del frío unos minutitos, hasta me acordé de Lima y de los buenos y malos momentos que leyendo a este sujeto he pasado. Gracias César, ahí te deje un boletito del metro con mensaje.
Sigue el Edwinitotour. El museo de Louvre. Resulta que no fue tan caro como creí, 10 euros pinches, no está mal. Tomemos en cuenta que dentro de tal lugar se encuentran obras de todo maestro de la pintura al parecer, de la escultura, los tesoros robados a Grecia y Egipto. Hay de todo, hasta calefacción, carajo. Algunas salas merecen la pena verse más que las pinturas que engalanan. Tomemos en cuenta que esto era un palacio, y se nota. Los techos altos, hiperadornados. Las salas largas en tonos dorados portando retratos de reyes que ahí caminaron, cosa linda para estar en la República Francesa, me parece que esto es llevar la dignidad historia de una nación a todo lo que da. Sin embargo, hay algo que no me acaba de cuadrar: turistas japoneses, alemanes, latinoamericanos retratándonos con cada cuadro como si se tratara de tomar se la foto con Mickey en Disneyland. Es eso de repente, un Disneylandia cultural. Los amontonamientos de personas frente a la Venus de Milo, la Mona Lisa y demás atractivos. Procuré detenerme en cuadros un poco menos famosos pero que transmiten. Igual no sé nada o casi nada de pintura, así que me deje llevar por el feeling. Igual debo decir que la obra más famosa de Da Vinci no me impresionó tanto como creí, serían las multitudes que hacían más fácil cogerte a la Mona Lisa que disfrutar de su observación un minutito, igual estar en Louvre tiene algo que hace sonreír al espíritu artístico.
El hambre y cansancio al tope, escala para comer un panini de jamón serrano. Muchos euros para un lonchecito, por así decirlo, pero, panza llena y corazón contento. A tomar el metro, nuevamente, ahora al Sacré Couer; la basílica del sagrado corazón.  Enclavada en el barrio de Montmartre, en lo alto del monte en realidad. Pues otro viaje en metro, pero resulta que en algún punto del viaje el transporte se conectó con Etiopia u otro país africano. Según mi rápida estadística 7 de cada 10 viajantes de repente se tornaron negros. Al salir de la estación 9 de cada 10 se tornaron negros. De repente me sentí en un suburbio de Los Ángeles o algo así. Salones de belleza para hacerse peinados africanos era lo único alrededor. Carajo, con o sin racismo estos cabrones dan miedo. En realidad es que Montmartre, antes barrio de artistas, se tornó en barrio de refugiados africanos, de mojados en color oscuro. Es raro, pero esto hace a París lo que es, una mezcla de todo y de todos. Al final encantadora la ciudad. Y ahora a subir la lomita para ver la basílica. Escalón tras escalón hasta llegar a la altísima iglesia. Linda a secas, eso me pareció. Y en realidad se supone que da una buena vista de París, pero con la niebla que aun por la tarde cubría la ciudad, sumemos a eso la contaminación, la vista panorámica estaba un poco miope. Eso sí, unos africanos que trataban de venderme pulseritas al escuchar mi respuesta de: soy de México, atinaron a decir: Chicharito! Ja, ¿eso qué? Al bajar de la montañita me encuentro con la modernidad del tercer mundo, unos baños públicos pagados por la ciudad de París que se desinfectan cada que sale una persona. Carajo, que miedo al miedo de estos monos. Pues si tienes urgencia mejor hazlo en la calle. Al fin que muchas calles tienen ese olorcito a orina. Y es que la limpieza tarda un par de minutos después de que sale cada orinador público. Ah, y a final de cuentas el baño huele como los de la romería de Zapopan. El primer mundo se hace bolas de repente.
Toca el regreso al hotel, y cada calle, con sus cafés, restaurantes, tabaquerías, etc. Tienen lo que uno espera de París, es agradable la ciudad. Le falta el calor del caos latinoamericano, pero es guapa París. Una nena rubia, musulmana, negra, trigueña y todo eso, guapa. Un vinito tinto francés ondea en mi mano mientras escribo esto, a la salud de mis amigos, de los lectores y del vino mismo.

Edwin Casillas


París con aguacero (Diario II)



Después de una noche de dormir intensamente. Recapitular que el primer mundo no está tan lejos de mi segundo o tercero. El inconveniente de huelgueros franceses derivó en un estado poético, arribo a la Gare de Austerlitz (sabiniano el asunto). Cigarro previo me subo al metro de París, menos moderno que el de Madrid. Calles plagadas de bachichas, la cosa pinta bien. Merecida ducha llegando al hotel, y sí, París está nublado y con frío. Mi primer contacto con el río Sena, me acuerdo de Jean Valjean en los Miserables. Me acuerdo de mil películas y canciones. Pasé por la plaza de la Bastilla, mucha pinche historia en este lugar. Y zaz, ahí está, la catedral de Notre Dame. Más recuerdos literarios, no soy de iglesias pero había que entrar, al fin que es gratis. Es algo así como el Expiatorio pero con 850 años de antigüedad y mucho más dinero en su construcción. No habrá jorobados, pero hay curas. No habrá milagros, pero hay retablos y vitrales intensos. 2 euros por prendes una velita (36 pesos). Y salgo de la iglesia y ahí sigue, el río Sena, aquí y en todos lados. Los cafecitos parisinos me hacen sonreír de vez en vez, los quioscos de periódicos y postales me blindan el paso. Fumo otro cigarrillo, ahora sobre un puente de tantos que evaden el río. Y como en las fotos que había visto están las tiendas de flores que llenan calles enteras, estético paisaje. Eso sí, parece ser que mucho parisino o extranjero tienen por costumbre vaciar la vejiga en algunos puntos alrededor del Sena, el olor me lo dice claramente. Mucho puto primer mundo, pero aquí también hay pobretones pidiendo limosna, pero claro, limosna en euro. La caminata sigue hasta la explanada del museo de Louvre, no es momento de entrar, pero ya veo que es grande. Y me quedo un rato sentado observando las pirámides de cristal. A lo lejos ya puedo ver la torre Eiffel. Caminata y descanso nicotinomano en el jardín de las Tullerias. Y a darle a Champs Elysées, los campos elíseos. Y de fondo: el arco del triunfo. Tiendas de diseñador a cada lado, tiendas de automóviles que parecen museos.  Comer, me dice mi estómago. Y las crepas saben más ricas acá. Con el estómago atarantado sigue el camino. Ahora a dormir un rato, un ratito nada más.
Se me hace de noche, pero aun alcanzó la torre Eiffel con luz, que puedo decir de esa cosa, ya todo se dijo, igual está chingón el monumento. Caminando pega más el frío nocturno mientras cruzo el Champ de Mars, la torre a mis espaldas. Un marroquí o algo parecido me vende torre en miniatura par mi escritorio, se verá lindo junto a mi calavera y gato de barro negro de Oaxaca. Los vendedores aparentemente son traídos desde África en su totalidad ya sean africanos del norte (blanquecinos-cafesosos) o del áfrica negra (algo así como morados).  Durante la tarde cayó un aguacero en París, más poético el asunto. El día se termina con el paseo en metro, dirección Hotel Richard. Y escribo esto con Antonio Aguilar de fondo y acordándome de los amigos.

Edwin Casillas. 

Incovenientes transatlánticos (diario I)


Se llegó la hora. 2 días de juerga intensa, uno con cruda otro sin. Así que con pocas o horas de sueño me trepo al avión, destino París. Escala en el Distrito Federal, desde ahí, once hermosas horas volando por el Atlantico. Puta madre, santa maría de la incomodidad. Parece que a 10000 metros los minutos pasan más lentos. Tic tac, tic tac, y la hora no llegaba. Tic tac, tic tac, y las piernas y nalgas pedían a gritos saltar del jodido avión. Tic tac, tic tac, y por fin. Escala en Madrid. Aeropuerto de Barajas, a buscar donde debo tomar la conexión a París. Carajo, me cambian 3 veces la puerta de embarque, y los queridos gachupines me hacen pasar 3 veces por aduana. Obvio no traigo drogas ilegales, pura nicotina pa’ fumar. Llegan rumores: huelga de controladores aéreos en Francia, un vuelo ya fue cancelado. Se confirman rumores, al carajo, no hay vuelos a Francia por el momento. La gente se pone histérica. Debo decir que gente de todos colores y en gran variedad de lenguas hacen  bulla. La gente de la aerolínea da una opción una hora después: patrocinan el autobús a parís. Que lindos, de dos horas que serían ahora sólo serán 16 o algo así. Yo, en estado zombi. Afortunadamente con pretexto de buscar información, un poli me deja salir sin pasar por aduanas. Fumo un cigarrillo, tomo aíre fresco y me doy cuenta de la primera mentira de mi viaje: el capitán antes de aterrizar dijo que Madrid estaría nublado y caluroso: hace frío y llueve. De regreso a la sala de espera surge la opción 2: tren en vagón cama a París. Ok, lo acepto. Son las 12 y a las 6 sale la chingadera. Mapa turístico en mano me dirijo al centro de Madrid. El frío mengua un poco; el metro es la elección.
Que puedo decir, Madrid es una ciudad que aparece constantemente e  las canciones que escucho y en los libros que leo. El palacio real es una puta pintura, la catedral de la Almudena también. Y así recorro las calles angostas y limpias de la ciudad. Apenas me voy dando cuenta de donde estoy. En la plaza mayor, recorro con los ojos, oídos y nariz todo lo posible. Madrid está fresco. Las sombrererías me colman los ojos. Hora de comer, un par de cañas (chelas) con su respectiva botana, en un bar andaluz. El decorado taurino lo pone simpático; carajo, estos son los bares de las canciones de Sabina. La caminata sigue otro rato, con las piernas aun jodidas del viajecito transatlántico. Hora de regresar a la estación de Chamartín para tomar el tren. Involuntariamente me quedo dormido 30 minutos en una banca del lugar, peor vaya, los ojos se abren a tiempo y es hora de trepar al trenecito. 4 personas por cabina: un anciano francés que se burlaba de unos negros que desde el aeropuerto de quejaban de todo (uno de los negros también ocupa un lugar en la cabina, los otros, son vecinos), el otro un argentino que habla poco o nada, así deben ser los vecinos ideales. Los negros vuelven a hacer de las suyas, y pelean con quien se pone en frente, se quejan de todo los muy cabrones. En mi nulo francés entiendo un par de comentarios racistas del anciano francés. Me rio por dentro, no vaya a ser que me peguen un madrazo. Empieza a caer la noche, de las paredes de la cabina surgen las camas, a dormir corazón, que mañana será otro día, un día en parís (espero que sí).