viernes, 25 de abril de 2014

Diario XI (A dos mesas de Benedetti)


Último día del viaje. Mañana toca partir temprano al aeropuerto. No podía desperdiciar el tiempo. Resulta que me encuentro  conde Den, una chilanga. Ya mexicaneando  nos vamos a la fundación Benedetti, a dos cuadras del hostal. Allá nos reciben con los brazos abiertos. Nos hablan de cómo nació la Fundación y cómo va trabajando; proyectos a futuro y nos cuentan mucho acerca de Mario, bueno, es que lo conocieron a Mario. Por el momento seguiré llamándolo Benedetti. Por cierto, tendieron lazos para proyectos relacionados con mi trabajo, genial. Después de la cordial despedida el camino sigue. Café Brasilero. En este lugar tomaba su café Benedetti. Me cuentan que Galeano aun lo hace. Lamentablemente no coincidimos. Bueno la bebida como tal, deliciosa. Y el aura del lugar, perfecta. Las paredes y pisos de madera le dan un toque antiguo, bueno y lo es, fundado en 1877. En las paredes las fotos de los parroquianos ilustres te hacen notar de golpe lo que ha sucedido acá. Historia de la literatura total. En una de las fotografías aparece Benedetti viendo por las vidrieras, y sí, ubicado a dos mesas de donde me bebo mi café. De nuevo toca sonreír. A un par de cuadras, por cierto, también visitamos el café Misiones. En ese lugar se conocieron Martín y Laura, en la novela la Tregua, también de Benedetti. La sonrisa nunca termina.
Se une al viaje Luciana, acompañada del mate. Va de nuevo, que bien sabe. Recorremos ciudad vieja, y subimos al centro por Sarandí y Julio. Toca ver el desmayo de una señora en la calle. Toca ver lo de diario, a los vagabundos sorbiendo la bombilla y disfrutar el mate. Se va Luciana y regresamos al barrio viejo. El hambre invade el cuerpo, el cuerpo se desplaza ágil hacia el alimento. A fresear en el mercado del puerto. La última comida en la República Oriental del Uruguay  tenía que ser carne. Me engullo un delicioso vacío, delicioso, delicioso; hasta el eco salivaba. Toca despedir entre prisas para que no pierda su bus a Den. Y caminar un rato, hacer las últimas compras, algunas de ellas muy importantes: mate, bombilla y yerba. Ah claro, alfajores.

Llegaba la hora de despedirse de Montevideo. Con el paso algo cansado cruce Barrio Sur para llegar a la rambla. Entre mordidas al alfajor y bocanadas me despedía de esta ciudad. Los pescadores intentaban, lanzando la carnada sacar algo, yo intentaba disfrutar sin pensar tanto. Sintiendo mucho y de nuevo, sonriendo. Cayó el sol en el río de la plata y fui testigo. No sé si será la última vez que veré eso, de ser así, estuvo perfecto. 

Diario X (Cambiar de planeta)


De nuevo a recorrer el centro y barrio viejo de Montevideo pero ahora con una variable importante: tomando mate. Patrocinado por Luciana; chica uruguaya que se trajo los artefactos adecuados para aventarse tan delicioso rito. Ya hacía algunos años que no bebía mate. Había olvidado tan rico sabor. Es amargo, evidentemente más parecido a un té que al café. No vencerá jamás a mi delicioso cafecito, jamás. Mañana me compraré el mate, la yerba y la bombilla para agregarle un vicio a mi vida. Después de dicho paseo y bebida, por cosa de fidelidades, me tomé un café con su respectivo alfajor en barrio viejo. Mientras la charla se ponía interesante.
Después de despedirme de Luciana tocó recorrer barrio sur un poquito. Se supone que este lugar es medio denso (estilo Montevideo) nada grave para nuestros estándares. Acá se supone que es donde se tocaba el candombe, música tradicional uruguaya, junto al tango y la milonga.
Subí al bus con dirección a Pocitos. Quería caminar aprovechando el día soleado por la rambla. Oler otra vez el mar, el río de la plata. Meditar y recordar. Hace tanto ya que leí la Borra del Café y tanto me ha marcado que recorrí nueve mil kilómetros para cada párrafo aun más. La lectura deja cosas de provecho. Ya conocía Montevideo, sólo que hasta ahora me lo presentan. ¿Dónde está la niña de la higuera? No uso reloj, pero acá siempre me marca las 3 y 10. Me estoy tomando la libertad de revivir y vivir el mundo literario en el mundo real. El que no entienda que se joda, yo sonrío y camino por Pocitos para después subir a la antigua cárcel de Punta Carretas. Ya la había mencionado antes, ahora es un centro comercial. Y por qué carajo entrar a un centro comercial, sencillo, acá ya estrenaron Gran Hotel Budapest de Wes Anderson. Así que tomándome un par de horas de vacaciones (vacacionando del viaje) me meto a la sala y me pierdo en la ficción. Toda la vida es cine, y los sueños cine son, cantaba Aute.

Un cigarrillo y listo para tomar el bus a ciudad vieja. Recorrer por 22 pesos uruguayos, algo así como 12 pesos mexicanos, media ciudad. El transporte es caro pero aparentemente más civilizado que el tapatío. Eso sí, la ciudad será pequeña pero las rutas de los buses toman cada cuadra sin escatimar. Así que distancias no tan largas se prolongan del punto A al B pasando por el A1 al A17mil. Igual es lindo ver lugares desconocidos hace poco. Es bueno cambiar de planeta al menos por unas semanas cada tanto tiempo. Total, llegó a mi barrio haciendo escala en el super para comprarme un paquete de alfajores, que según lo vivido, me duraran un par de horas. Ahora me despido, porque mañana toca despedirse de Montevideo. Mañana quizá me pondré menos introspectivo, quizá más.

miércoles, 23 de abril de 2014

Diario IX (amanecer en el atlántico atardecer en el río de la plata)


Bus urbano a la terminal de tres cruces. Amanece Montevideo. Cambiamos pesos uruguayos por kilómetros y listo. De vuelta a las carreteras. Y del lado oriental del país uno renueva su tesis de que el campo acá es precioso. Las casitas; el verde intenso del campo como tal y de los bosques; los ríos que se integran al mar en un azul profundo.  Así seguimos hasta llegar a Punta del Este.
Playa, de hecho, la ciudad de playa más exclusiva de América del sur, al menos una de las más. La arena es limpia sí, el mar lindo aunque un poco brusco. Pero el aire frío de la mañana alcanza a joder un poquito. Lo curioso es ver a algunas personas (es otoño y no hay mucha gente por acá) tomando el sol de forma casi religiosa. Dicen que existe un agujero en la capa de ozono por estos lares, quizá por eso he visto algunas personas naranjas. Pero es genial, de espalda al mar la gente se tiende al sol. Y con este sol siempre crepuscular, pues no tienen que moverse mucho; eso sí, el sol jamás estará justo encima de ti, cosas del sur.  
El pueblo-ciudad está colmado de boutiques caras, edificios con rentas o venta de apartamentos caros, y todo así. Pero eso sí, todo pulcro. Y la cualidad gris de Montevideo se queda lejos. Acá todo está vivito, al menos hasta que llegue el invierno y esto se convierta en una sucursal oriental del polo sur.
Tomamos un bus hasta Maldonado, una ciudad (en proporciones uruguayas) que se aleja un poco de la movida turística. Linda y limpia. Un centro histórico que se puede ver en 15 minutos. Así que toca hacer escala para el café y un alfajor (los extrañaré). La cosa se resume a una iglesia muy linda, una placita de armas y un museo-conservatoriomusical. Igual en Maldonado, Punta y aledaños, todo uruguayo carga su mate.

Otra costumbre no tan común como la del mate, pero sí evidente, es la del porro. Pues no sé si la ley que legalizaba el consumo de mota y hacía del estado el dealer oficial ya está en uso pero es muy común ver a chicos, chicas fumándose un porro en cualquier lugar. No pasa nada. Igual lo dicen los detractores de la ley en México no sucede. No hay anarquía y asaltos en cada esquina. Sólo hay chicos con su mate, charlando mientras se fuman un porro. La ley le da gusto a quien le guste. Nada del otro mundo.

Diario VIII (Mate sin jaque o quizá sí)


El plan es seguir caminando por Montevideo. Los lunes suelen ser una joda, esto no lo es. Subimos por la calle Paraguay hasta la 19 de julio, de ahí a plaza independencia. El Palacio Salvo dice hola, yo sonrío. El edificio de la presidencia acá no da asco; no hay Peña Nieto, hay Pepe Mujica. Así que es uno de esos extraños lunes que son simpáticos.
Tomamos el bus en plaza independencia, hay imágenes de personas con su mate en mano. Así es este lugar. Resulta que Montevideo sí tiene habitantes. La pascua se les fue de la cabeza y ya se les ve caminando por estas calles entre grises y melancólicas, más lo uno que lo otro y viceversa. Toca ver sitios no tan céntricos, aunque no tan lejanos. Tomemos en cuenta que la ciudad es relativamente pequeña; dos millones de montevideanos andan por las aceras.
Uno viene a enterarse de que esta es la ciudad con más áreas verdes por habitante de la Américalampiña. Se nota, hay jardines por todos lados, y las calles están pobladas de esos verdes seres que el priismo tapatío ama tirar (no sea que crezcan y se conviertan en libros, creen ellos).  Toca caminar por Pocitos, barrio y playa, muy común en los pasajes de Benedetti. Qué vistas más espectaculares, carajo. Está también en el sur-oriente de la ciudad la zona de Punta Carretas. Acá estaba la cárcel, ahora convertida en centro comercial. De acá se escaparon los anarquistas en la novela la Borra del Café, y también en la vida real, en los años 30´s. y también se dio la fuga de los tupamaros. Pues total, como todos se escapaban ahora es un lindo y pulcro centro comercial. Tocará ver alguna peli acá, si hay tiempo.
Los montevideanos de estos lares disfrutan su playita en el río de la plata. Fría como ella sola. Y de nuevo, la costumbre uruguaya del mate es increíble. Gran cantidad de personas andan por la vida con su mate y su termo, algunos otros con un bonito morral hecho en piel donde se cargan todas las herramientas para cebar la yerba. En argentina jamás vi a tanta gente haciendo esto, me parece que los uruguayos son los verdaderos amantes del mate.  Gente en los parques, en la playa, en los bancos, calles bebiendo mate. Incluso he visto a varios vagabundos, arropados con cartón sorbiendo por su bombilla (pajilla metálica) un buen mate.
Otra cosa que me impresiona de Montevideo es que a las 7 de la tarde (hace un aire frío que te congela todo, todo, todo) pero más allá, la ciudad muere. A esa hora casi todos los comercios están cerrados. Igual toca tomarse un cafecito porque mañana es el día de Punta del Este. Mientras tanto, desde la fría, gris y melancólica Montevideo digo, bye.

P.D. Vi los restos del Graf, que menciona Benedetti en la Borra del Café. Están en Pocitos.


domingo, 20 de abril de 2014

Diario VII (Ciudad Benedetti)


Salimos temprano desde el perfecto Colonia a Montevideo. Pero antes, la noche fue aderezada por los ronquidos inmensos del vecino de habitación, que seguramente se escuchaban por todo el hostal (no es broma). Cosa divertida al fin.
Entre Colonia y Montevideo hay 3 horas de viaje y son 3 horas de hermosos paisajes. El campo uruguayo resulta ser una lindura y siempre a la derecha, el río de la plata. Llegamos a la terminal 3 cruces de autobuses. La primera impresión de Montevideo es de algo de descuido. Por ser domingo de pascua esto es un desierto. No hay nadie en las calles, cosa buena para las fotos. Pero es una primera imagen un poco desoladora para el viajero.
A Montevideo yo ya la conocía, al menos la imaginaba continuamente. Resulta que crecí leyendo a Mario Benedetti. Y pues sí, esto es cosa de comparar lo imaginado con lo que ahora me rodea. Pero acá están las calles de las novelas que me fueron dando alas: La borra del café, Primavera con esquina rota, la tregua y varías más. Y aquí están rodeándome las calles de los libros y yo pasando entre ficción y no sé qué carajos. Como dato técnico, me hospedo a un par de cuadras de la Fundación Benedetti. Así fue que con grácil alegría y hambre, me tocó caminar por el centro de Montevideo. Y por fin pude ver la plaza de la independencia y el Palacio Salvo; caminar la peatonal Sarandí para casi llegando al río, desviarme a la derecha y tener al frente el imponente edificio de la armada uruguaya; así como el mercado del puerto.
Pues la comida como diario, deliciosa. Toco ahora sacar de la parrilla una morcilla y un riñon, simplemente perfectos, eso sí, hoy cambiamos la chela por el vino tinto uruguayo; buena combinación. El mercado, al contrario de toda la ciudad, estaba lleno de vida. Restaurantes fresones lo colman, y estos son colmados, como ya se hace costumbre, por un chingo de brasileiros frenéticos. Después, buscar café en la desolada Montevideo con el estómago lleno fue cansado e infructuoso.  Pero al caminar esto, te das cuenta de que la pobreza latinoamericana está presente acá como en cualquier otra capital de la región. También, en la caminata nos toca ser ángeles guardines según María de los Ángeles, una señora que repitió mil veces las mismas historias en tres cuadras. Que si por favor la acompañábamos a caminar una cuadra porque había unos hombres raros (par de tipos charlando y cantando en una esquina, nada peligroso). Que la señora no sé qué no le ha pagado tres cuotas que le debe. Y que tiene problemas en los pulmones porque su esposo (fallecido hace 3 años) fumaba de la mañana a la noche sin parar. Cada frase se repitió al menos 9 veces. Cosas raras de los viajes.

Curiosidades como que al salir de un super, después de comprar alfajores, me tocó ver que un tipo al parecer se había embolsado algo y fue perseguido por el guardia de la tienda. No me enteré como terminó la persecución. En general, Montevideo luce entre melancólico y no sé. Mañana tocará verlo ya con vida en las calles. Mientras tanto, me bebo una birra por Benedetti.

Diarios V y VI (Bye Baires, hi Uruguay)


Pues el viernes santo fue despertar con espanto. Abrir los ojos con la resaca, cruda, guayabo, goma o como quieran decirle en el país de cada cual, es cosa dura. La luz de Belgrano me perforó las pupilas. Pero tocaba ir al hostal a darme una ducha; quizá se preguntarían donde había dormido el buen Edwin, obvio no. Pues tocó cruzar la ciudad en el subte en un estado medio zombie; nada que una buena ducha no pueda curar. Alejados los demonios por el agua caliente, el estomaguito pedía amor. Señores, vamos al barrio chino a embutirse un arroz blanco con mariscos. A huevo, el cuerpo se nutre, y mis hermosos ojos (detrás de las gafas oscuras) vuelven a tener su brillo natural.
El hermoso clima de Buenos Aires nos acompañó todo lo coto que fue el día (por aquello de despertar a la 1 p.m.) después de comer en el chino. El aire frío se colaba entre los pasos que recorrían el barrio de Belgrano. Tocó ver una feria (tianguis) con artesanía y demás cositas. La cosa católica se hizo presente con una misa a las afueras de la plaza Manuel Belgrano. A la que evidentemente no asistí, y obvio no fui requerido. Tocaba despedirse de Paola Andrea, ir a hacer la maleta, porque el sábado sería uruguayo. Antes, recorrí por última vez la 9 de julio, me bebí una chela con Eli, para hacerla de cartero internacional entregando paquetes desde México. Y a darle, cambiar los últimos pesos argentinos por tabaco y dormir. Bueno, el hostal se llenó de brasileiros enfiestados, pero a intentar dormir, eso era lo importante.
Amanecer en Buenos Aires, decir adiós; tomar un buque para cruzar el río de la plata y cambiar de moneda, bandera y país. Esa fue la mañana del sábado. Qué cosa más cómoda el barco ese, rodeado de beatlemaniacos argentinos que se dirigían a Montevideo (hoy toca Paul McCartney allá) me deje caer sobre los espaciosos asientos y de las 3 horas de viaje, dormí 2 horas y treinta minutos. Ya por llegar a Colonia, subimos a la cubierta del barco a aventar los primeros humos en la República Oriental del Uruguay. Te das cuenta que hay cambio de todo; qué cosa más limpia.
Colonia viene a ser un pueblito vacacional para uruguayos, argentinos y millones de brasileiros (plaga). El centro histórico es patrimonio de la UNESCO y se nota el porqué. Acá, al contrario de Baires, los autos se detienen para que cruces la calle. El lugar es bello en cada calle y esquina. Muy pequeño, tanto que se puede recorrer en un día sin demasiada prisa. Y carajo, comida. Acá la onda es el asado uruguayo, o sea, poner en la parrilla cada musculo y víscera de las reses. Me toca probar los chinchulines, tripas a la parrilla. Oh dios, me pongo a salivar al recordar. Chorreando grasa. En verdad que acá sólo soy un mediocre carnívoro de tercera. Estos tipos cenan cantidades industriales, seguramente para ayudar a bajar la vía digestiva a las cantidades descomunales de carne que comen. Qué cosa más genial, el paraíso. Ya tocará seguir comiendo reses a diestra y siniestra.

La noche uruguaya se cierra con un café y un último paseo por Colonia, el frío es un poco más denso que en Baires, igual es delicioso. Mañana toca tomar el bus a Montevideo (Ciudad Benedetti). Buenas noches a la gente del hemisferio norte. 

viernes, 18 de abril de 2014

Diario IV (Mil horas y otras tantas birras)

El jueves inició profundamente temprano. Paola Andrea llegaba desde Bogotá, así que había que recibirla en Retiro. Siguiendo mi consigna de que mis pies todo lo pueden (en realidad ya no los sentía después de la caminata del miércoles), caminé hacia el norte, pasando la casa Rosada, Luna Park, Puerto Madero. El clima sigue genial: un frío ligero y sabrosón. Al final mis cálculos no fueron correctos y llegué 20 minutos tarde y con los pies resentidos. Momento de acudir al transporte público.
Siempre reencontrarte con un amigo es especial. Con Paola Andrea ya nos hemos visto en 4 países (Uruguay será el quinto). Pues bueno, a darle que el tiempo corre siempre en contra. Cruzamos usando el subte hacia Belgrano, lugar donde habita el hermano de Paola. Desayuno de huevos y café colombiano. Ya con el estómago feliz, toca irnos al barrio de la Boca. El trayecto se cubre a bordo del colectivo 29. Aparentemente los buses argentinos toman la vida relax; rodeamos un montón, vueltas y más vueltas. Por fortuna había show incluido en el busito: un par de yonquis abordaron. Los brazos cubiertos de las marcas que dejan las jeringas. Pero no sólo eran personas de esas que dan asquito por mera estética, también se lengüeteaban para asco de la concurrencia. Gritaban, entre ellos y a uno que otro pasajero. Un anciano que iba al lado mío, no paraba de decirle a otro, “Es que la droga, mirá como los deja. Es una mierda”. La parejita bajo en San Telmo y nosotros afrontamos lo que restaba del viaje sin tan lindo show. Por cierto, la tipa estaba preñada. El hermoso milagro de la vida nunca para.
Después de un largo recorrido por Buenos Aires, listo, el barrio de la Boca. Un barrio duro que tiene una par de manzanas sumamente turísticas. Restaurantes, tiendas de regalos, etc. Hay maradonas en todos lados al igual que figuras del papa argentino. Claro que es una belleza el folclore que nos venden como turistas pero, sí caminas un poco más allá ves la pobreza del barrio, las casas grises que contrastan con el colorido del Caminito (de la calle en que nací). También acá está la famosa bombonera, el estadio de Boca Juniors, lugar mítico para la religión llamada futbol. Ah y claro, como el hambre arreciaba, deglutimos con singular alegría un delicioso choripan, delicioso, delicioso; chorreaba grasa y sabor. Delicioso y sólo 20 pesos argentos. Tocaba cambiar de aires, más Buenos Aires.
Pues de vuelta a San Telmo, a los brazos de Mafalda. Otra vez nos vamos en el 29 y a seguir con la buena vida. Escala en el café Tortoni, precioso lugar donde pasaban las noches Gardel, Borges y un montón de argentinos ilustres y artísticos. Cosa más bella por dentro, de película antigua. Y caminamos más del centro y bajamos por la avenida 9 de julio. Ahora sí, San Telmo. Viajar es cosa difícil, cansada y tremendamente sufrida, ja. La sed se abría paso por nuestras gargantas, y dijimos “mesero, un litro de birra”. Esto ya instalados en la pinche plaza Dorrego (chiste local para la Paola Andrea). La charla era buena, el clima perfecto, la compañía excelente. Pues venga, otro litro. La tarde se hizo noche, cambiamos la cafetería por un bar. El hambre se hizo presente después se despidió con papas fritas, calamares y hot dog. Viejo, la chela es tan barata. Así, entre tanta bulla, se unió Alejandra, argentina cuñada de Paola. Como por arte de magia la chela corría con mayor fluidez; gambeteaba en la garganta. Se unió Juan Camilo, hermano de Paola, y más chela llegó. La charla pasó por el rock argentino, los modismos al hablar e incluso por ir al día siguiente a la casa de Charly García para esperar a que se asomara a su balcón. En cierto punto, la mesera fue parte del jolgorio. En cierto punto las palabras se alargaban y nos pusimos a beber con Mafalda, literalmente, sentada en su banquito a pocos metros del bar. Y de ahí el taxi a Belgrano a casa de los chicos. De camino la plática con el taxista se puso buena economía y cosas de esas. Que buenos son para el choro los argentos, reitero. Al bajar del taxi alguien dijo(no sé quien porque en ese momento las ideas eran difusas) “hace frío” y mágicamente en coro los 4 seguimos con el “Y estoy lejos de casa, hace tiempo ….” La letra de mil horas. Metros después, un grupito que bebía en la calle se nos unió y fue un desorganizado homenaje callejero a Calamaro. Estuvo bueno. La noche se cerró perfecta, y bueno, a esperar el sol y la resaca que vendría.

Edwin Casillas

jueves, 17 de abril de 2014

Diario III (Edwinito vs. Los Hell’s Angels o podría ser quiero un zoom)



 Abres los ojos y ¿qué necesitas? Café. Entonces el desayuno son unas medías lunas y un expresso. Estos cabrones saben muy bien cómo hacer un buen expreso. Leo el Clarín mientras el cuerpo se nutre (que intelectual yo). Obviamente leo la nota roja de acá, que en comparación a la hermosa nota roja de mi nación, es muy pobre. Qué se le va a hacer, no tienen los narcos que nosotros sí. (no confundir, no es cosa para presumirse eh).
Desde que mi hermosos piecitos pisaron Baires me he topado una y otra vez con un montón de gringos gritones con chamarras de los Hell´s Angels . Calvos, altos y gordos que no paran de decir fuck esto y fuck aquello. Estoy esperando un arranque de ira tipo hooligan de ellos, para yo, en mi labor Bachicha darles una lección o en su defecto correr como loco por toda la avenida 9 de julio. Pero claro, después de la heroica huida, el buen Bachicha les pondría en su madre en un bonito cuento.
El trayecto del día es al norte de la ciudad: cruzar el centro para convertir mis dólares en pesos argentinos  y después ir haciendo escalas en lugares infaltables en mi recorrido oficial. Ejemplo el Ateneo (la librería beauty). Primero hago escala en el Teatro Colón. Se dice uno de los más bonitos para las cosas de ópera. Sí, el edificio impresionante. Pero más llamó mi atención el parque aledaño. Primer porque tenía un montón de atriles con su respectivo pedazo de pasto en lugar de papeles llenos de notas musicales. Segundo, el sonido ambiente del parque aventaba música clásica. Carajo, he de aceptar que sí es un buen lugar para, acompañado de un cigarrillo, relajarse a la sombra de un árbol. Pero la calma no es eterna, así que enfilamos por av. Santa Fe y ahí está, casi esquina con callao: El Ateneo. Podría vivir ahí. Curiosamente uno de los primero libros que tomé al azar fue de Paco Ignacio Taibo II. El lugar es simplemente indignante de tan bonito y lejano de mi tierra tapatía.  Pero bueno, después de las fotos sigue apresurar el paso ya que la ruta de hoy es larga. Llego a Pueyrredón y Santa Fe. Recordando a Calamaro: Pueyrredon y Santa Fe ¿por qué vereda camina usted? Pues yo caminé por la sur y regresé por la norte, en respuesta al cordial Andrés.
Sigue la caminata en la muy arbolada Buenos Aires. Tan llena de parques (muy bien cuidados) y avenidas sumamente verdes. Llegó a la Recoleta, qué cosa más linda. Ahí está la facultad de leyes, o sea que los Bardos argentinos salen de ahí y con el choro que se cargan los argentos, deben ser insufribles. Pues la Recoleta es un barrio muy fresa, muy limpio, muy verde, muy parisino (aunque me recordó un poquitico a Barranco en Lima). Acá está enterrada Evita Perón y un montón de argentos ilustres y lustrados. Sigo por la avenida del libertador, todas las embajadas del mundo mundial están en aquí. Edificios preciosos, grandes y caros. No puedo concebir que la embajada de Haití sea así. Carajo un país tan pobre y dándose estos lujos. Me pasó a mano izquierda plaza Francia. Otra rola de Calamaro. Y enfilo al planetario. ¿has visto el video de Zoom, Soda Estéreo? Pues ahí lo grabaron. Mil doscientas fotos después, desde todo ángulo posible y me doy cuenta que ya llevo 3 horas caminando sin parar. Los pies piden descansa, los pulmones piden guerra; hágase el fuego y zoom, cámara y acción.

Otras dos horas de vuelta. Y no siento los pies pero sí el estomago. ¿Qué vamos a comer hoy, flaco? Pues merluza a la romana con un enorme guarnición de papas, un litro de chela y claro, un expreso. Llegan los pobretones a pedir; ya se me hacía raro. Nada grave. Degluto mis alimentos ante la mirada de Evita Perón (enorme imagen que se despliega en un edificio) y digo a seguir. Cierro el día con la linda noticia de que acá los cigarrillos cuestan, escuche usted, 12 pesos argentinos los Marlboro (14 pesos mexicanos) y 8 los cigarrillos nacionales de tabaco negro, muy suaves (unos 10 pesos mexicanos. Pues bueno, que mañana llega la Paola Andrea desde Bogotá así que a descansar porque hay que madrugar. 

martes, 15 de abril de 2014

Diario II (Edwinitos y Mafaldas)


Mi mente pretendía dormir 8 horas y así se lo ordenó a la alarma del teléfono. Mi cuerpo en cambio decidió dormir 11 horas y así se lo ordenó al dedo que apagó la alarma del teléfono. Igual desperté como a eso de las 1130. Momento de salir del hostal y aprovechando el hermoso peinado que me dio la almohada, sin más preámbulos salí en busca de eso que no se sabe qué es pero uno lo busca. Caminando se llega a roma o en este caso a todo lugar entonces me di a la tarea de recorrer San Telmo, barrio donde me hospedo. Las callecitas sí tienen ese toque parisino pero con la onda latina a flor de asfalto. Mafalda me esperaba en la esquina de la calle Chile y Defensa. Ahí estaba la monita que me ha dado tanta risa y pensamiento lógico bien ordenado desde la mitad de mi vida para acá. Resulta que este es el barrio de Quino. Foto de por medio sigo adelante a visitar el mercado de Telmo. En las fotos se veía enorme, no lo es, pero sí tiene cierto encanto. Digamos que en muchos aspectos, aunque sea lo mismo, es distinto en cierto sutil modo a otros mercados que he visitado en la América latinosa; muy fresa en cierta forma, no tanto en otra. Rara cosa para explicar, ya dejaré que hablen las fotos en su momento.
Sigo el camino motivado por un hambre descomunal pero pronto me encuentro con una de esas tentaciones a las que jamás he dicho que no: un tendido en la plaza Dorrero con libros. Al carajo, a dilapidar mis millones. El viejo Rodolfo empieza su labor de vendedor y yo la mía de comprador compulsivo, nada mal el botín y a un precio decente. Primero un acto mágico me pone lo ojos en Tiradas en el Pasto, un libro de conversaciones entre Rozithner y sí, Andrés Calamaro. De segundo me cuelgo con un diccionario de lunfardo, totalmente interesante y un cancionero de tangos. La vida es buena. Ya entrado en la plática el buen Rodolfo me recomienda el café Havanna. Cruzo la calle y me tropiezo con uno de los mejores expresos que he bebido, acompañado de un delicioso alfajor argento, (algo así como un mamut gourmet y sofisticado).  Ya con los nervios compuestos por la cafeína me enfilo por el paseo Colón; ancha avenida (como casi todas acá) desamente arbolada y con edificios grandes, lindos y se supone importantes. La facultad de agronomía e ingeniería me demuestran que los argentos se tomaban en serio eso de construir universidades. Después el ministerio de defensa. Me parece raro que en un país con una historia tan cargada de represión directa de los militares, tengan un edificio adornado con tanques y con cierta magnificencia. Cosa de locos.
Seguimos con los actos oficiales, así que toca visitar la casa presidencial de Argentina; la casa Rosada (sí, sí es rosa). La plaza de mayo está linda rodeada por una protesta no violenta contra la vida lenta, no es cierto, la protesta es en contra del BBV francés. Los bancos siempre son malos, lo sabemos, pero lo importante acá es que los protestones ponen entre discurso y discurso canciones de rock argentino. Y qué cosas, no guardaron un centavo cuando compraron su equipo de sonido, pasar por esa acera me provoco casi la sordera.
Debo confesar que me metí a la catedral. Está bien, bueno, por dentro todas las iglesias son parecidas; unas más ricas que otras. Lo interesante es que ahí descansan los restos del General San Martín, prócer de la Argentina. Para destacar la pobreza tan nuestra en las calles del centro. a unos cientos de metros de ahí, la pobreza no existe, estamos en Puerto Madero. Restaurantes fresas por decir lo menos, caros por decir lo más. Un puerto con barquitos que seguro usan los adinerados en sus fines de semana. Y me sigo acordando de las canciones de Baires “Plantaron en Puerto Madero un almorzadero de trabajador” cantaba Calamaro, y ahora entiendo bien porqué.

En el camino, escuchando conversaciones ajenas cada que podía, he notado que los argentinos le dan un tono de profundidad casi religiosa a cualquier conversación. Puede ser la economía nacional, el mal gobierno actual, el bueno gobierno actual o como preparar un arroz de puta madre (según decían un par de policías afuera de la Rosada). Seguimos entonces la caminata con las orejas despiertas y los pies adoloridos. Toca volver, volver, comer en San Telmo. Como algunos saben soy un ente carnívoro. Amante de los buenos cortes a término medio. Recurro al buen amigo Rodolfo (el vendedor de libros) para que me recomiende un buen lugar donde engullir carne. No sabía lo que me esperaba. Pedí un bife de chorizo (o sea un corte gigante) medio kilo de deliciosa carne; suave como el cielo. Hubo un momento en que creí que me vencería pero, acompañado de un litro de cerveza Quilmes, con paciencia y decoro, el plato quedó limpiecito. Entonces a un par de mesas de la mía un par de tipos le dijeron al mesero que compartirían un bife de chorizo, que era demasiado. Par de amanerados. Siguió otra caminata por las calles del centro. Más café mientras observaba un show de tango en la plaza Dorrego y sonó Cambalache. Tocaba hacer escala en el hostal. Tocaba prepararse para la dura vida de un carnívoro en un país donde según me dijo un señor, “Acá a las vacas las tratamos como si fueran bebés”. 

lunes, 14 de abril de 2014

Diario I (Un hombre alado extraña la tierra)


Carreteras, despegues, aterrizajes, esperas interminables en aeropuerto; despegar, aterrizar y asombrarse.
La espera de locos fue en Sao Paulo. Cargando el mal dormir de tres días (casi nulo dormir), me toca estar esperando el vuelo a Baires a7 u 8 horas. Las piernas molidas por el el viaje en bus a D.F. y el vuelo de 9 horas. Debo decir que al menos ya pude ver la peli de Nebraska y es muy graciosa. Pero las piernas no entienden de buen cine y los ojos se cerraban. A dormitar en bancas de aeropuerto. Dicen que acá será el mundial de futbol, creí que la infraestructura sería de impresionar pero en realidad la terminal aérea de Sao Paulo me puso a sufrir por no ofrecer prácticamente nada de comida. Y después de tanto tiempo en movimiento, era necesario higienizarse en los baños tétricos del lugar. Si pasan por ahí, eviten orinar. No vale la pena el olor. No todo es malo en el aeropuerto de Sao Paulo. Según la estadística 90% de las brasileiras que pasan por el lugar merecen ganar un premio de belleza. Ahora entiendo porque tanto sida en la amazonia.
Entonces llego a Buenos Aires, por fin, más cansado y hambriento que niño somalí, pero más guapo, claro está. De inicio me pierdo en la noche argentina para buscar un bonito adaptador de tomacorriente. Por azares del destino, ya que no tenía puta idea que pasos pisaban mis pies, terminé caminando por Avenida Corrientes. Así es, esa calle que Sabina, Calamaro (Andrés y Javier), Fito Paez, Charly García y otros de mis mitos musicales han mencionado una y mil veces. Me plantó frente al teatro Gran Rex, lugar en el cual se han grabado muchos conciertos que me han acompañado desde los tiempos del discman. También caminé por la calle Florida, otras mil canciones más. Y finalmente encontré mi premio: un bonito conversor para el enchufe de la compu. Ahora mis lectores de diarios viajeros podrán ser felices.
A grandes rasgos y por lo poco que pude ver esta noche podría decir que es cierto que Buenos Aires, Baires para los amigos, es la París de América como tanto se dice. Y como buena ciudad latinoamericana tiene la brutalidad de la miseria, un poquito de basura, nada grave, los grafitis políticos y futboleros por doquier y esas cositas que nos hacen así, un desmadre. Hay civilidad aparente. Educación y amabilidad, al momento mi poca convivencia con los argentos ha sido buena, para muestra:
Al llegar a la aeropuerto de Ezeiza se suponía que un taxista sujetaría entre sus manos un papel con mi nombre. A pesar de que llegué 20 minutos tarde, nadie cargaba un cartel con mi nombre. Maldita sea. Seguramente al ver mi rostro de desasosiego, por no decir de “Putamadredóndecarajoestáelcabróntaxista” se acerca a mí una señora que por lo que me enteré tiene una pequeña agencia de taxis con servicio de Ezeiza a la ciudad. La mujer al enterarse de que no pasaban por mí, se comunicó al hostal y después buscó al encargado de la agencia que se supone tendría que haber ido por mí. Total, la autonombrada como mi tía Alejandra, no se detuvo hasta que me vio en un taxi de la compañía en camino a mi hostal. Así como carajo no sonreír y disfrutar de un viaje. Un beso a la tía Alejandra, se merece un cuento.
Ya trepado en el taxi, cruzando una avenida de 6 carriles por lado, de repente, el taxista contesta el teléfono, cruza de extrema izquierda hasta el acotamiento con brusquedad. Tiene una charla extraña; llora un poco y arranca de nuevo diciéndome: ya te cuento que pasa, flaco. Total el tipo tiene a su hombre en la cárcel porque hace dos semanas lo detuvieron con 15 dosis de LSD. Le duele en el alma, y quiere hacer todo por sacar su pareja de la cárcel. ¿Qué se dice en una situación así? No creo haber dicho algo muy inteligente.
Pues estoy en la ciudad de la furia bebiendo una cerveza y escribiendo esto, con la tremenda alegría de saber que dormiré en una cama. veremos que depara Baires. Vamos bien