Último día del viaje. Mañana toca partir temprano al
aeropuerto. No podía desperdiciar el tiempo. Resulta que me encuentro conde Den, una chilanga. Ya mexicaneando nos vamos a la fundación Benedetti, a dos
cuadras del hostal. Allá nos reciben con los brazos abiertos. Nos hablan de
cómo nació la Fundación y cómo va trabajando; proyectos a futuro y nos cuentan
mucho acerca de Mario, bueno, es que lo conocieron a Mario. Por el momento
seguiré llamándolo Benedetti. Por cierto, tendieron lazos para proyectos relacionados
con mi trabajo, genial. Después de la cordial despedida el camino sigue. Café
Brasilero. En este lugar tomaba su café Benedetti. Me cuentan que Galeano aun
lo hace. Lamentablemente no coincidimos. Bueno la bebida como tal, deliciosa. Y
el aura del lugar, perfecta. Las paredes y pisos de madera le dan un toque
antiguo, bueno y lo es, fundado en 1877. En las paredes las fotos de los
parroquianos ilustres te hacen notar de golpe lo que ha sucedido acá. Historia
de la literatura total. En una de las fotografías aparece Benedetti viendo por
las vidrieras, y sí, ubicado a dos mesas de donde me bebo mi café. De nuevo
toca sonreír. A un par de cuadras, por cierto, también visitamos el café
Misiones. En ese lugar se conocieron Martín y Laura, en la novela la Tregua,
también de Benedetti. La sonrisa nunca termina.
Se une al viaje Luciana, acompañada del mate. Va de nuevo,
que bien sabe. Recorremos ciudad vieja, y subimos al centro por Sarandí y
Julio. Toca ver el desmayo de una señora en la calle. Toca ver lo de diario, a
los vagabundos sorbiendo la bombilla y disfrutar el mate. Se va Luciana y
regresamos al barrio viejo. El hambre invade el cuerpo, el cuerpo se desplaza
ágil hacia el alimento. A fresear en el mercado del puerto. La última comida en
la República Oriental del Uruguay tenía
que ser carne. Me engullo un delicioso vacío, delicioso, delicioso; hasta el
eco salivaba. Toca despedir entre prisas para que no pierda su bus a Den. Y
caminar un rato, hacer las últimas compras, algunas de ellas muy importantes:
mate, bombilla y yerba. Ah claro, alfajores.
Llegaba la hora de despedirse de Montevideo. Con el paso
algo cansado cruce Barrio Sur para llegar a la rambla. Entre mordidas al
alfajor y bocanadas me despedía de esta ciudad. Los pescadores intentaban,
lanzando la carnada sacar algo, yo intentaba disfrutar sin pensar tanto.
Sintiendo mucho y de nuevo, sonriendo. Cayó el sol en el río de la plata y fui
testigo. No sé si será la última vez que veré eso, de ser así, estuvo perfecto.