Diario I:
Guatemala, vieja conocida. Por obvias razones no es lo mismo
conocer que reconocer. Así me pasa con Antigua. Volver a la piel ya conocida,
en este caso el empedrado de sus calles, cielo limpio, relativa tranquilidad.
Volver es reconocer los espacios a los que ya les entregaste (y te entregaron)
una parte de tu historia personal. Es decir, en ese bar bebí una cerveza alguna
vez, y lo hago de nuevo, todo es distinto sin cambiar. Reconocer es permitirte
ser detallista. Ahora mismo escribo bajo la luz de una luna intensa, claridad
de ideas fijándome en los volcanes que siempre supe aquí y sin embargo no me
detuve a contemplar.
Antigua tiene una estela de tranquilidad. La primera vez que
estuve aquí le veía algo de misticismo, ya no sucede. Parece que el turismo
creció, parece que los restaurantes italianos siguieron con su crecimiento.
Sigue siendo un pueblo hermoso, sigue siendo Guatemala, el vecino del que no
solemos acordarnos. Ahora escribo a la luz de las velas ( y de la compu,
obviamente) escribo con una cerveza Gallo, que reitero, no sabe cómo en México,
acá es mejor y no es libertad poética la que empaña la frase.
Volver al plan de viajero rejuvenece; no me refiero a lo
físico, mucho menos a lo metafísico, simplemente las ideas se hacen nuevas. Los
sentidos se renuevan y el tacto siempre es diferente. Es refrescante sentir el
cansancio de las horas en el bus, las náuseas que provocan los despegues de
aviones mortíferos. Bueno, ya que me puse lirico, sería prudente dejar un poema
que habla de estos temas, y que además me encanta. Lo escribió Luis García
Montero:
Habitaciones separadas
Está solo. Para
seguir camino
se muestra despegado de las cosas.
No lleva provisiones.
Cuando pasan los días
y al final de la tarde piensa en lo sucedido,
tan sólo le conmueve
ese acierto imprevisto
del que pudo vivir la propia vida
en el seguro azar de su conciencia,
así, naturalmente, sin deudas ni banderas.
Una vez dijo amor.
Se poblaron sus labios de ceniza.
Dijo también mañana
con los ojos negados al presente
y sólo tuvo sombras que apretar en la mano,
fantasmas como saldo,
un camino de nubes.
Soledad, libertad,
dos palabras que suelen apoyarse
en los hombros heridos del viajero.
De todo se hace cargo, de nada se convence.
Sus huellas tienen hoy la quemadura
de los sueños vacíos.
No quiere renunciar. Para seguir camino
acepta que la vida se refugie
en una habitación que no es la suya.
La luz se queda siempre detrás de una ventana.
Al otro lado de la puerta
suele escuchar los pasos de la noche.
Sabe que le resulta necesario
aprender a vivir en otra edad,
en otro amor,
en otro tiempo.
Tiempo de habitaciones separadas.
Diario por Edwin Casillas.