viernes, 2 de agosto de 2013

Diarios Querétaro

Querétaro, diario I:

A mi me gustaría una mujer rubia (ni siquiera rubia), decente (medianamente), artística (sin rayar en la locura), cachonda (en exceso). Me gustaría un mundo sin paz pero más justo, y muchas idioteces así. Pero más importante, me gustaría vivir en Querétaro. Carajo, qué tengo que hacer para tener esas calles y esa apertura artística. Al carajo con la policía, al carajo con el gobierno, al carajo con el pueblo que por cierto, en el carajo ya está. Querétaro y sus callecitas tersas, su teatros en cada esquina, cafeterías cada tres metros con su mal café incluido. A donde fueres, hacer lo que vieres; me pondré a actuar. Escribiré comedias con mucho drama. Me perderé entre tanta puta historia nacional.

No es que esté disconforme con mi tapatía perla, es qué el aire nuevo siempre es mejor; es qué el aire viejo siempre huele a humedad. Me enluta la tranquilidad de lo nuevo y qué mejor que esa novedad esté al pie del cerro aquel, el de las campanas, donde Maximiliano y sus mochos amantes perdieron una guerra imperdible. Aún recuerdo los ecos de amantes malpasados de un imperio que no fue. Pues hijos míos, amantes de Maxi y la escolástica, se me joden. Acá, a unos kilómetros, venció el amiguito que aparece en los billetes de veinte pesos. La ciudad es tranquila, amable, interesante entre rincones. Oigan ¿dónde está la basura? La noche se desgrana en el Corral de la Comedia. Teatro del de antes de antes. A la española, con vino y cosas esplendorosas. Se va la noche entre carcajadas. Nunca creí ver a Mr. Bachicha reír en un teatro ( no te enojes Grace, contigo me has hecho reír mucho, en escena y fuera). Querétaro va bien y eso que apenas va. Mañana nos leemos, nicotina de por medio.

Arturo Bachicha (o sea Edwin)

Querétaro, diario II.

Cada día puede iniciarse de mil maneras. Ya sabes, perder la mirada en el techo o la pared durante 15 minutos mientras el ser, decide si seguir la vida o detenerse en la eternidad; puedes despertar con el futuro puesta en una cafetera y aspirar el grano perfecto que da la tierra. Puedes iniciar tu día poniendo pie en el trabajo que tanto odias o amas. Existe la versión Bachicha para iniciar el día: desayunar en un bar; pero claro, para hacer civilizada la situación: ensalada de pollo; la comida de una vaca llega al paladar. Inicia las caminatas entre tanto, y entre tanto más, te das cuenta que el guía del tranvía se la pasa ensalzando al señor emperador don Maximiliano. Y de resultas, el cerro de las campanas, último lugar que observó el tan querido Maxi antes de escuchar el grito del teniente republicano, Fuego, es una especie de monumento nacional al imperio. Conozco varias personas que serían felices ante tal homenaje. Ciudad conservadora al fin.

Los que conocen la historia nacional recordarán a otro querido sujeto, que también fue ensalzado hasta ver escurrir saliva de su fenecido escroto, el buen Porfirio es la onda en estos valles. Claro, modernizó al país: electricidad, trenes, industria, lindos edificios afrancesados (¿qué no se los tronó en la guerra de reforma?). Sólo que hacen caso omiso a que en un México tan moderno existía un 95% de la población viviendo en la miseria total. Bueno son temas para tratados sociales o para amaestrar a los mochos, no para un lindo diario de viaje al estilo Bachicha. Sólo para terminar el tema, al carajo con el imperio, baby.

La tarde desfallece entre museos, entre historia y callecitas limpias como culo de bebé en comercial de pañales. Señores sacerdotes, favor de abstenerse de fantasías cochinonas. Y bueno, para abrir apetito que mejor que una mezcalería. Viva Oaxaca, y viva mi general Villa. El paladar se olvida por completo de la comida para vacas. La tarde se hace laxa, las palabras lentas y las sonrisas largas. Saliendo de renovar las reservas de tabaco, un milagro gastronómico ocurre. La bondad del mundo toma forma de anciana con bolsa de la que salían olores exquisitos, mágicos, sagrados. Y ahí estaba, una tostada verdosa cubierta de una salsa mística y nopales que han olvidado lo baboso. El suculento manjar desaparece, curiosamente, la anciana en cosa de segundos desapareció también; es un milagro de navidad, la anciana fantasma nos hizo la tarde antes y se fue, como las buenas mujeres (Hola, Liliana Gómez), se fue antes de poderle robar una segunda tostada, un segundo beso a la delicia.

Desfallece Querétaro en mis suelas, y mis pies sobre la cantera. Se viene la noche, con su exceso de tabaco, chela y bienestar bohemio. Se cansan los dedos de escribir, es hora de disfrutar el viento fresco; hora de vivir lejos de mi añorada perla tapatía. Buenas noches, buenos tiempos.

Arturo Bachicha ( o sea Edwin)