Bienvenido a Portugal. Frio, como ya es común, pero cosas
buenas me deparaba Lisboa. De inicio el hostal está treinta metros del Monasterio dos Jerónimos, uno de los
edificios más lindos de la ciudad. A unos doscientos metros está el río Tajo,
que le parte su madre en caudal al Sena y al Guadalquivir como por un chingo. Eso
sí, primero un descanso de luna noche en bus desde Sevilla. Por la tarde toca
recorrer los barrios clásicos de Lisboa: El Chiado, El Carmen y Barrio Alto. Calles
que recorren las colinas donde se asentó la ciudad. Mucho subir, poco bajar. Calles
donde a cada pocos metros te encuentras con el clásico tranvía lisboeta. Calles
estrechas, limpias y que develan a cada paso una ciudad europea sin maquillaje.
Acá no es como Madrid o París, las grandes capitales limpias y frías; acá el
lujo no lo es todo, la perfección se da en los defectos. Lisboa es hermosa y
perfecta por real, por desnuda. Las casas no parecen haber sido pintadas la
noche anterior. Detrás de cada colina te esperan imágenes de postal.
Y a una buena ciudad seguro la habitan personas mejores. No son
fríos como los parisinos o madrileños; no son enfadosos y gritones como los
andaluces. Los lisboetas tienen una extraña mezcla de nostalgia y alegría. La gente
se toma la vida con calma. En todo transporte que utilicé era común ver como de
repente los lisboetas se intercambiaban palabras y sonrisas a partir de un Bom dia. Ese tipo de reacción ni en mi
querido Guadatown se da con tanta facilidad. Por calidad humana, esto es lo
mejor que conocí en Europa. Por cierto, acá se toma más vino que cerveza ¿tiene
algo que ver?
Sobre el río cruzan un par de puentes que comunican a Lisboa
con el resto del país, tomemos en cuenta que estamos a pocos kilómetros de la
unión del Tajo con el océano atlántico, según entendí el río en esta parte
tiene algo así como 13 km de ancho. Y ves el puente 25 de abril, al estilo del Golden Gate de San Francisco (de hecho
construido por la misma empresa) y te evoca a un pasado con buen gusto y
solvencia. Ahora que si lo qué quieren es modernidad está el puente Vasco Da Gama 16 kilometros, 13 sobre el
río. Viendo esto recuerdo al Matute Remus y veo lo que es hacer tonterías con
el dinero público.
Nos regresamos a las calles de Lisboa, todo es perfecto. En las
estanterías están los símbolos de la ciudad, y no es una playera hecha en china
que dice I Love París de 12 euros; los símbolos son los azulejos pintados a
mano (de ellos se cubren muchas fachadas de la ciudad e interiores de
comercios) hasta la artesanía tiene su lado
práctico. Reitero, esto es una ciudad palpable, real. También abundan
los gallos hechos en cerámica, que según una leyenda local indican buena
suerte. Y tomar los elevadores de la ciudad es un gozo histórico: viejos coches
de tranvía que ayudan a no joderse tanto con los desniveles de la ciudad. Y qué
decir de tomarse un expreso en una cafetería con un buen Pastei de Belem (postre típico de la ciudad). Café que aparte
de ser más barato que en las otras ciudades europeas, sabe mejor por sentirte a
gusto con la gente que te lo sirve. Todo te desean bom dia, boa tarde, boa noite, y se los creo.
También tocó salida a Sintra, un pequeño pueblito no muy
lejano de Lisboa. Casi un día entero allá, y es que de resultas, Sintra tiene
castillos y buenas vistas cada metro cuadrado. Palacio Nacional de Sintra,
Castello dos Moros etc. Y desde lo alto del palacio una vista del océano atlántico
de puta madre. El palacio fue en su momento el castillo real, pero como
Portugal desde 1910 es república, pues los reyes se fueron mucho al carajo y ahora es monumento
nacional. Un viaje de 30 minutos en tren desde este paraíso frío, ventoso y
perfecto es lo necesario para volver a Lisboa. Que fácil enamorarse de esta
ciudad. I hate París.
También es la onda dar un paseo junto al río Tajo, mucha
fuerza, mucha melancolía. La ciudad, la gente, el río. Todo acá me capturó. Y como
anécdota de fin de viaje, en mi tercer día en Lisboa, caminando por la calle
peatonal más importante del centro de la ciudad y aun con luz de día se me
acercaron unos marroquís a venderme hachís, coca o marihuana, pero con la
insistencia de niño pobre del centro de Guadalajara. Creo que la guerra de Calderón les importa un
carajo a todos los que no son él. Pues así fueron mis días en Portugal, lo
mejor al final. Toca volar mañana a París, pasado mañana a Londres, D.F. y Gdl.
Así que no creo hacer un diario más de este viaje (a menos que las
circunstancias lo ameriten) así que por si las dudas, me despido. Boa noite.
Edwin Casillas
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