Ya saben, llegué a Madrid. Bueno, que llegué demasiado
temprano según el anciano hostalero (de Europa del este). Total que no había
habitación disponible ni lugar dentro de los sofás del hostal (hasta las 12 del
mediodía siendo apenas las 7). A darle desde temprano. Primero un buen
chocolate madrileño (no tan bueno como el oaxaqueño), espeso y calientito, cosa
buena para la puta temperatura de la ciudad. Después, a comprar una bufanda a
precios inigualables, varios euros. Ahora sí, con cierta preparación contra el
clima madrileño, a caminar la ciudad. Hay algo, y no sé qué es, que me parece
más ordenado que en París. Monumentos históricos: el palacio real, la catedral
de la Almudena, la plaza mayor. Ya para cuando podía hacer uso de la habitación
las piernas y espalda urgían por descanso. A dormir un par de horas; esto de
viajar sin mezcal de por medio hace la vida más difícil. Pero cuando todo era
sombrío y triste apareció ante mis ojos El Museo del Jamón, bar de tapas, donde
por un euro te tomas una cañita con unas lonjas de chorizo gachupín y por otro
te sirven una bocata (lonchecito) de jamón serrano, ibérico, chorizo etc. La onda
en realidad. Tocó ir por la tarde al Jardín del Buen Retiro, donde los reyes,
sus gachupinas majestades pasaban temporadas de descanso por aquello de que no
se fueran a morir del esfuerzo de controlar el imperio, ya ven que los del otro
lado del charco somos muy desmadrosos. Ya vaya que el jardín este me gustó más
que las Tullerías de París. Más verde, igual de nublado y frío.
Después de tanto darle cultura a los zapatos con la caminata,
seguía darle cultura al cerebro en el Museo del Prado; mucho más pequeño que
Louvre, mucha gente pero no tanta. Gente que parecía menos turista que en
París, ya sabes, aquí si te podías detener a apreciar las pinturas y
esculturas. Aparte me sentí más emocionado acá, será que la literatura me
acercó más a los artistas del Prado que a los de Louvre. Total, cuando observé
el Jardín de las Delicias de “El Bosco” me quedé en santo shock, carajo, esto
es arte. Así me pasó con las obras de Goya y Velázquez, principalmente con el
segundo, es que ver la Maja Desnuda en vivo te da la posibilidad de
simplemente, sonreír. Ah claro, me que
me acordé de los buenos amigos al ver “Los Borrachos” de Velázquez, seguro en
estos momentos están pagando una cruda o en medio de una convivencia puramente alcohólica.
Un abrazo a los ebrios tapatíos.
Después de la cultura se viene un reencuentro
latinoamericano: me encuentro con Paola Andrea, la colombiana que me dio hogar
en Bogotá. Total hora de intercambios culturales y gastronómicos, yo le doy una
bolsa de miguelitos y a cambio recibo un kilogramo de café colombiano, a huevo.
La noche va de charla en charla, acompañados de Karla Huerta y Álvaro (consorte
de Paola) vamos de los recuerdos a las novedades y hablando de futuro casi
hasta la lectura de mano. El tercer bar en el barrio La Latina, resulto ser un
garito literalmente underground, bajamos
al sótano de un bar normalito para terminar en una puerta oscura donde te
pedían santo y seña; el mesero pregunta “¿quién tiene la kriptonita?” a los que
tenemos que contestar “La piel se le irrita”. Lindo lugar en tan buenas compañías,
me sentía como si en la superficie estuvieran bombardeando los cazas alemanes o
algo así. Después de un whisky de 200 pesos es hora de volver al hotel, orinar
las calles de Madrid para celebrar la peda europea. Un abrazo a Paola y Álvaro.
Madrid tiene buena cara.
Edwin Casillas
No, no, no señor director no se equivoque SOCIALIZAMOS, no bebemos, somos SOCIALES no ebrios, bueno eso es lo que dice mi editor
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