Otro día despertando en París, el frío igualito, jodón. Esta
tarde me voy para Madrid, que como ya saben por azares de los pinches
huelguistas franceses, ya conocí. Pero antes de irme de París hay que caminar
un ratito por las orillas del río Sena, disfrutar la sombra de la Eiffel,
pedirme un café de 1.80 euros (35 pesos más o menos) y darme cuenta que ese
café estaba tan “rico” como el de los Oxxo. Ni modo, pero me doy cuenta por las
tazas que me han tocado que el café comuncito de estos sujetos europeoides es,
horrible. Vaya pero igual es lindo beber un café malo bajo la torre Eiffel, ah,
y acompañado de un cigarrillo español: Ducados. Momento de dirigirse a la
estación de eurobus, carajo, me sentí como en la central norte del D.F. pero en
chiquito. Nada que envidiarles en cuanto a transporte vía bus en distancias
largas (dentro de las ciudades, sí y mucho) pero eso sí, cualquier Primera Plus
les parte su gabacha madre. En el bus no queda sino admirar la campiña
francesa; todo como de película: campos verdísimos, con flores, casas de piedra
donde te imaginas gente comiendo con buen queso, pan y vino. Así es el campo francés.
Ahora que me despido (por un rato) de Francia me doy cuenta
de la frialdad con que viven. Sí tienen una ciudad ordenada, transporte público
de gran nivel, el coche no es el rey de las calles. Pero al andar por el metro
ves que los que sonríen suelen ser los de otras etnias, somos los turistas o
los trabajadores que dejaron sus países para ganarse la vida en euros (y esos
tampoco sonríen demasiado), ya había escuchado de gachupines que los franceses
nomas no. Y pues sí, no esperaba gente cálida y eso recibí. Eso sí, hay
educación y civilidad a todas luces. Ya tocará conocer a los españoles mañana.
Más allá de ver los campos franceses, también hay cosas
interesante dentro del bus. Delante de mí, una pareja de algún país árabe viaja
acompañados de su hijo, de no más de 2 años de edad. El hombre habla con otro
sujeto, aparentemente el mismo idioma. Es curioso ver como hace de lado a su
mujer, nunca responde a nada que ella le diga, nunca la mira de frente, no
intercambian palabra alguna al parecer (será que se comunican con ondas
cerebrales o cantos de ballenas). Después de varias paradas para estirar las
piernas (con este frío casi es estirar la pata) y fumar, hacemos parada en la
frontera franco-española. Los oficiales suben, muy educadamente nos piden
pasaporte y etc. Lo de siempre en las fronteras. Y changa la osa que el mentado
árabe no trae bien los documentos, chaaaaaan chaaaaaaaaan. Lo bajan del bus, su
mujer en algo así como histeria o amor hace un drama para bajar con él o que no
lo bajen, de ser posible. Ni madres, madre e hijo siguen el viaje, el
hombrecito no. Dicen los oficiales franceses “mañana lo enviamos a España”
¿será? Lástima que no me supe el final de la novela, me tocará inventarle uno
en algún cuento. Ya sin piernas y otras partes, arribo a la central de
autobuses de Madrid. 7 de la mañana. El día empieza temprano y ¿qué creen? Con el
mismo pinche frío de París.
Edwin Casillas
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