Se llegó la hora. 2 días de juerga intensa, uno con cruda
otro sin. Así que con pocas o horas de sueño me trepo al avión, destino París.
Escala en el Distrito Federal, desde ahí, once hermosas horas volando por el
Atlantico. Puta madre, santa maría de la incomodidad. Parece que a 10000 metros
los minutos pasan más lentos. Tic tac, tic tac, y la hora no llegaba. Tic tac,
tic tac, y las piernas y nalgas pedían a gritos saltar del jodido avión. Tic
tac, tic tac, y por fin. Escala en Madrid. Aeropuerto de Barajas, a buscar
donde debo tomar la conexión a París. Carajo, me cambian 3 veces la puerta de
embarque, y los queridos gachupines me hacen pasar 3 veces por aduana. Obvio no
traigo drogas ilegales, pura nicotina pa’ fumar. Llegan rumores: huelga de
controladores aéreos en Francia, un vuelo ya fue cancelado. Se confirman
rumores, al carajo, no hay vuelos a Francia por el momento. La gente se pone
histérica. Debo decir que gente de todos colores y en gran variedad de lenguas
hacen bulla. La gente de la aerolínea da
una opción una hora después: patrocinan el autobús a parís. Que lindos, de dos
horas que serían ahora sólo serán 16 o algo así. Yo, en estado zombi.
Afortunadamente con pretexto de buscar información, un poli me deja salir sin
pasar por aduanas. Fumo un cigarrillo, tomo aíre fresco y me doy cuenta de la
primera mentira de mi viaje: el capitán antes de aterrizar dijo que Madrid
estaría nublado y caluroso: hace frío y llueve. De regreso a la sala de espera
surge la opción 2: tren en vagón cama a París. Ok, lo acepto. Son las 12 y a
las 6 sale la chingadera. Mapa turístico en mano me dirijo al centro de Madrid.
El frío mengua un poco; el metro es la elección.
Que puedo decir, Madrid es una ciudad que aparece
constantemente e las canciones que
escucho y en los libros que leo. El palacio real es una puta pintura, la
catedral de la Almudena también. Y así recorro las calles angostas y limpias de
la ciudad. Apenas me voy dando cuenta de donde estoy. En la plaza mayor,
recorro con los ojos, oídos y nariz todo lo posible. Madrid está fresco. Las
sombrererías me colman los ojos. Hora de comer, un par de cañas (chelas) con su
respectiva botana, en un bar andaluz. El decorado taurino lo pone simpático;
carajo, estos son los bares de las canciones de Sabina. La caminata sigue otro
rato, con las piernas aun jodidas del viajecito transatlántico. Hora de
regresar a la estación de Chamartín para tomar el tren. Involuntariamente me
quedo dormido 30 minutos en una banca del lugar, peor vaya, los ojos se abren a
tiempo y es hora de trepar al trenecito. 4 personas por cabina: un anciano
francés que se burlaba de unos negros que desde el aeropuerto de quejaban de
todo (uno de los negros también ocupa un lugar en la cabina, los otros, son
vecinos), el otro un argentino que habla poco o nada, así deben ser los vecinos
ideales. Los negros vuelven a hacer de las suyas, y pelean con quien se pone en
frente, se quejan de todo los muy cabrones. En mi nulo francés entiendo un par
de comentarios racistas del anciano francés. Me rio por dentro, no vaya a ser
que me peguen un madrazo. Empieza a caer la noche, de las paredes de la cabina
surgen las camas, a dormir corazón, que mañana será otro día, un día en parís
(espero que sí).
Interesante un Francés con comentarios racistas, eso me resulta familiar, ahora que eso de un Argentino que no habla eso si me parece increíble
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