Después de una noche de dormir intensamente. Recapitular que
el primer mundo no está tan lejos de mi segundo o tercero. El inconveniente de
huelgueros franceses derivó en un estado poético, arribo a la Gare de
Austerlitz (sabiniano el asunto). Cigarro previo me subo al metro de París,
menos moderno que el de Madrid. Calles plagadas de bachichas, la cosa pinta
bien. Merecida ducha llegando al hotel, y sí, París está nublado y con frío. Mi
primer contacto con el río Sena, me acuerdo de Jean Valjean en los Miserables.
Me acuerdo de mil películas y canciones. Pasé por la plaza de la Bastilla,
mucha pinche historia en este lugar. Y zaz, ahí está, la catedral de Notre
Dame. Más recuerdos literarios, no soy de iglesias pero había que entrar, al
fin que es gratis. Es algo así como el Expiatorio pero con 850 años de
antigüedad y mucho más dinero en su construcción. No habrá jorobados, pero hay
curas. No habrá milagros, pero hay retablos y vitrales intensos. 2 euros por
prendes una velita (36 pesos). Y salgo de la iglesia y ahí sigue, el río Sena,
aquí y en todos lados. Los cafecitos parisinos me hacen sonreír de vez en vez,
los quioscos de periódicos y postales me blindan el paso. Fumo otro cigarrillo,
ahora sobre un puente de tantos que evaden el río. Y como en las fotos que
había visto están las tiendas de flores que llenan calles enteras, estético
paisaje. Eso sí, parece ser que mucho parisino o extranjero tienen por
costumbre vaciar la vejiga en algunos puntos alrededor del Sena, el olor me lo
dice claramente. Mucho puto primer mundo, pero aquí también hay pobretones
pidiendo limosna, pero claro, limosna en euro. La caminata sigue hasta la
explanada del museo de Louvre, no es momento de entrar, pero ya veo que es
grande. Y me quedo un rato sentado observando las pirámides de cristal. A lo
lejos ya puedo ver la torre Eiffel. Caminata y descanso nicotinomano en el
jardín de las Tullerias. Y a darle a Champs Elysées, los campos elíseos. Y de
fondo: el arco del triunfo. Tiendas de diseñador a cada lado, tiendas de
automóviles que parecen museos. Comer,
me dice mi estómago. Y las crepas saben más ricas acá. Con el estómago
atarantado sigue el camino. Ahora a dormir un rato, un ratito nada más.
Se me hace de noche, pero aun alcanzó la torre Eiffel con
luz, que puedo decir de esa cosa, ya todo se dijo, igual está chingón el
monumento. Caminando pega más el frío nocturno mientras cruzo el Champ de Mars,
la torre a mis espaldas. Un marroquí o algo parecido me vende torre en
miniatura par mi escritorio, se verá lindo junto a mi calavera y gato de barro
negro de Oaxaca. Los vendedores aparentemente son traídos desde África en su
totalidad ya sean africanos del norte (blanquecinos-cafesosos) o del áfrica
negra (algo así como morados). Durante la
tarde cayó un aguacero en París, más poético el asunto. El día se termina con
el paseo en metro, dirección Hotel Richard. Y escribo esto con Antonio Aguilar
de fondo y acordándome de los amigos.
Edwin Casillas.
Aunque solo conozco en vista aerea y el Charles de Gaulle ( justo cuando se cayó una sección) me transporté a esas calles no se lee muy diferente de Ginebra y sus habitantes los simpáticos Ginebrios
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